Image: El complot de los románticos

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Novela

El complot de los románticos

Carmen Boullosa

1 mayo, 2009 02:00

Carmen Boullosa. Foto: Archivo

Premio Café Gijón. Siruela. Madrid, 2009

El complot de los románticos, de Carmen Boullosa (México D. F., 1954), sigue la estructura de un viaje disparatado, salpicado de personajes dispares, a través de purgatorios e infiernos contemporáneos. Se compone de tres partes que designan las ciudades de la acción: Nueva York, Ciudad de México y Madrid. Tres narradores sacan adelante la historia: la presidenta de El Parnaso (una escritora sin éxito), la propia Carmen Boullosa y un autor innominado. El Parnaso es una sociedad compuesta por grandes escritores fallecidos, convocados cada año para el premio a la mejor novela post-mortem. La novela arranca con la extrañeza de que Homero, Hemingway, Cortázar, … deambulen a sus anchas por las calles y hoteles de Madrid.

Boullosa posee un escribir ocurrente, laborioso y con gra-cia, una prosa veloz, entre oníricay febril, con abundantes mexicanismos y coloquialismos, a veces tan extremos como “imelearse” (comunicarse por e-mail). El problema es que, tras acompañar al mismísimo Dante por el metro y los centros comerciales de Nueva York, ataviado con camiseta, tejanos, zapatillas deportivas y una gorra en la que pone “I love Britney”, al verle extasiarse ante las Blackberry, los donuts, el rap o Catherine Zeta-Jones, se pregunta uno qué es lo que quiere representar o denunciar Boullosa, o si se trata sólo de un fresco sobre la extrañeza que produce el mundo contemporáneo, un baile al que se invita por igual a Moctezuma y Bolaño, Antonio Banderas, Kafka, la Monja Alférez y hasta Fernando Fernán-Gómez. A ratos consigue un texto poderoso o parece querer hablar en serio: como en su denuncia de los asesinatos de mujeres en la frontera de México. Pero en la parte final de Madrid, el lector no sabe ya si se halla ante la invasión de los ultracuerpos (literarios) o ante una suerte de ópera bufa donde los literatos queman manuscritos y se lanzan granadas en el Teatro de la Zarzuela. La caricatura se dispara con Heine estrangulando a Bécquer o un Onetti borracho que trata de “meter mano” a Djuna Barnes. También se pregunta uno si, tras la batalla campal y la intervención de los bomberos, era necesario ese apéndice final, postizo, acerca del mal día de un crítico de arte neoyorquino.