Image: El fondo del cielo

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Novela

El fondo del cielo

Rodrigo Fresán

30 octubre, 2009 01:00

Rodrigo Fresán. Foto: Christian Maury

Mondadori, 2009. 272 pp. 18’90 e.


Hace ya tiempo que Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) ocupa un lugar entre los narradores hispanoamericanos más destacados. Con esta gran fábula poética que es El fondo del cielo, (que, aclara bien, no es "de" ciencia ficción sino "con") vuelve a destacar por su manera absolutamente libre y personal de narrar, su ambición renovadora, la calidad y precisión de su escritura… El libro se compone de tres partes que funcionan como galerías interconectadas y es justo decir que la primera de ellas, la más larga, ("Este planeta") supera en calidad a las dos que la siguen y parece constituir, en sí misma, una rotunda, asombrosa y acabada novela de 149 páginas. No es que falte interés o brillantez en las dos partes finales, que explican y desvelan los muchos secretos y claves de la primera y tienen momentos tan altos como la tremenda peripecia del soldado norteamericano desorientado en los desiertos de Irak o el desgarro de un amor tan imposible como el que la narradora desgrana en las últimas páginas.

La historia gira en torno a la vida de tres personajes, escritores de ciencia ficción, unidos desde niños por el amor a las revistas y libros de ese género: Isaac Goldman, su primo Ezra Leventhal y la enigmática chica rara, desequilibrada y hermosa que, iremos sabiendo, funciona como una suerte de visionaria o puente entre espacios y tiempos del género humano. Goldman es hijo de un rabino que, al enviudar, se atormenta y trastorna ante "la incontestable verdad de la ausencia de Jehová". Impresionan las páginas dedicadas a la niñez y adolescencia de ambos primos, con su entusiasmo infantil tan mezclado de sensación de orfandad y deseo de evasión, viaje, distancia... Más que acerca del futuro, El fondo del cielo es una sabia indagación sobre el pasado y la memoria, pero también propone todo un replanteamiento de las coordenadas que consideramos, fijas e inamovibles. Es también una llamada a revisar los conceptos de verdad/mentira, realidad/irrealidad, recuerdo/olvido.

A Fresán le interesan tanto los hechos históricos probados como las mil variantes de lo que pudo ser. Así, la Historia de la humanidad (y del planeta) aparece como un terreno minado, material sensible, casual y causal, en el que el mal y la capacidad destructiva de los hombres puede seguir inventando finales posibles. Si el siglo XX aparece como un ensayo de repetidos finales del mundo, el 11-S se erige como un comienzo emblemático de finales. El libro da incluso para toda una metareflexión acerca de la ciencia-ficción a través de su evolución literario-cinematográfica y apunta en qué manera había más radicalidad y revolución en las utopías de los 60, 70 y 80 que en los conservadores productos vampiro-harrypotterianos de moda. El brillante análisis de 2001 de Kubrik merece mención aparte.

La manera poética de percibir y de contar que tiene Fresán recuerda, en su rareza, a las mejores páginas del cubano Jose Manuel Prieto. Y en lo que tiene de refrescante e hipermoderno, Paz Soldán sería un buen compañero de viaje. Lo único que impide que esta obra sea redonda es el hecho de haber alargado en exceso las explicaciones finales, su resistencia a despedirse y despedir el libro de un modo más sobrio. Pero nada de eso enturbia la inteligencia y lucidez narrativa del conjunto.

ALGO PERSONAL

–Ha escrito una novela con ciencia ficción. ¿Otros ingredientes?

–El fondo del cielo es una historia de amor metida dentro de un traje espacial flotando en algo que podría definirse como una historia íntima y privada del fin del mundo.

–¿Qué resulta más doloroso, crear un planeta o destruirlo?

–Buena pregunta... Uno sólo puede tomarse la atribución de destruir un planeta después de que le ha “salido bien”. Uno es escritor cuando crea y lector de sí mismo cuando destruye.

–Da cuenta, con citas y prolijos agradecimientos, de sus influencias. ¿Por qué no ocultarlas y parecer original?

-Soy de algun modo más original que los que optan por barrer sus inspiraciones bajo la alfombra... A mí me gusta dar las gracias. Me parece justo, bien educado y placentero. Y, además, advertencia para ocultadores: tarde o temprano todo se sabe.