Novela

La playa de los ahogados

Domingo Villar

4 diciembre, 2009 01:00

Editorial Siruela. Madrid, 2009. 448 páginas. 19’90 euros


Entre los argumentos que subrayan la singularidad creadora de quienes hacen de la novela negra un ejercicio de estilo interesante y entretenido, está el de aplaudir una intriga que se ofrezca como algo más que una ocurrencia literaria afortunada. Tal es el caso, ya reconocido, de Somoza, Lorenzo Silva, Carlos Salem, Mercedes Castro, Rafael Reig o Laínez, entre otros. Y el de Domingo Villar (Vigo, 1971): un joven escritor gallego, afincado en Madrid, autor de guiones de cine y televisión, de una novela (Ojos de agua, publicada en 2006 y traducida a seis idiomas), de un excelente relato ("Las hojas secas") incluido en una reciente recopilación (La lista negra) de relatos policíacos, y de esta segunda historia, La playa de los ahogados, honda y humana, como se dejaba intuir la anterior, pero más intensa, armada con más recursos expresivos, provista de matices más sutiles a la hora de dar profundidad a sus personajes, a sus relaciones y al paisaje en el que se inscriben.

Si ya entonces, cuando ideó al inspector Leo Caldas, de la comisaría de Vigo, y a su ayudante, un rudo aragonés con la misión de mitigar la tendencia a la mesura y el ensimismamiento de su jefe, no le faltaron lectores, esta otra historia logrará multiplicar las miradas sobre ella, porque es imposible sustraerse a los modos narrativos con los que se arropa la intriga. Este segundo caso investiga la aparición de un cadáver flotando en la playa (en Panxón), un domingo "triste y gris de octubre": un pescador de quien los vecinos sólo aciertan a decir que era "demasiado reservado incluso para tener enemigos entre la gente del pueblo". Todo apuntaría a un suicidio de no ser porque apareció con las manos atadas... Pero al inspector no le duelen los muertos, sino los vivos, y su nueva singladura no sólo persigue un culpable sino desenmascarar las razones de quienes parecen implicados, y éstas se remontan a lo sucedido una noche de diciembre de 1996… Y mientras la trama se llena de interés y de preguntas, y se complica la morfología del caso, -poco más de cinco días-, todo se pone al servicio de un sugerente proceso constructivo.

En él es posible rastrear la mirada del detective Carvalho y adivinar, tras la esmerada puesta en escena (siguiendo, quizá, a Camilleri) el paisaje marítimo impregnándolo todo, el mundo marinero y su especial idiosincrasia, y una sutil manera de otorgar hondura a los tópicos y de suministrar al conjunto sentido literario.

También las aristas de una geografía física y humana encallada en otras realidades: como el miedo, que obliga a callar y empuja hacia lo impensable, porque es humano, "y es libre"... ¡Perdonen que no evite empujar hacia su lectura!