Image: La ciudad feliz

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Novela

La ciudad feliz

Elvira Navarro

24 diciembre, 2009 01:00

Elvira Navarro. Foto: Javier Jarillo

Premio Jaén de Novela. Mondadori, 2009. 179 páginas, 16’90 euros


Esta novela de Elvira Navarro (Huelva, 1978) es, en realidad, un conjunto de dos novelas cortas yuxtapuestas, sólo que con algunos vínculos que las engarzan: el mismo marco urbano, protagonistas adolescentes en cada una de ellas y alguna referencia al hecho de que, en cierta época, ambos personajes y algunos otros de la vecindad jugaron juntos en la calle. Si dejamos a un lado estos nexos, las dos partes de la novela -de extensión similar- podrían leerse sin dificultad como relatos autónomos. En la primera, titulada "Historia del restaurante chino Ciudad Feliz", se narra cómo el niño Chi-Huei, que ha permanecido en China al cuidado de su tía Li mientras los padres buscaban acomodo en España, se reúne por fin con ellos, que han montado un restaurante con asador de pollos, y comienza una vida nueva no exenta de dificultades: el idioma, la escolarización, la sensación de ser un "chino" en medio de un grupo de occidentales de distinto aspecto físico, la progresiva adaptación del niño a costumbres y tareas antes desconocidas -incluso la de ayudar en el restaurante familiar- corren paralelas a su entrada en la pubertad, a sus primeras dudas, a la búsqueda de una identidad, al descubrimiento de la mentira, la codicia y otras aristas de la vida y el comportamiento de los adultos. Lo más notable de esta primera historia es que, aunque narrada al modo tradicional -tercera persona y tiempo pasado-, refleja sin embargo con fidelidad, mediante una sintaxis en general muy simple, el punto de vista del niño, filtro a través del cual pasan las impresiones, los pensamientos y los hechos relatados.
La segunda historia -"La orilla"- se centra en otra figura en el umbral de la adolescencia, Sara, tangencialmente relacionada en la primera parte con Chi-Huei por compartir ambos los primeros sobresaltos eróticos. El relato es ahora homodiegético -la voz narrativa es ahora la de la propia Sara- y en tiempo presente, lo que acentúa la inmediatez de los hechos y permite ahondar más en los aspectos psicológicos del personaje. Pero este recurso no carecía de riesgos, ya que Sara es una niña -"yo aún estoy en primaria", asevera (p. 136)-, y los rasgos señalados del relato exigían un tratamiento del lenguaje acorde con la edad y la formación del personaje. Puede aceptarse como verosímil su fascinación por el vagabundo, producto en buena parte del creciente distanciamiento de Sara con respecto a su padres, pero no tanto reflexiones de cierta hondura expresadas, además, mediante estructuras verbales complejas: "Es algo así como mi primer novio, hecho este en el que influye que se trate del primer hombre ante el que tomo conciencia de mi propia desnudez" (p. 120). La escritora adulta se superpone en estos casos a la narradora y usurpa su lugar: "Intento recuperar el momento en que los rasgos en semipenumbra han cuajado en una imagen precisa…" (p. 140). Esta falta de adecuación proporciona cierta oquedad a varios pasajes y merma su valor narrativo. Por otra parte la escritora, bien dotada para urdir historias, debería pulir algunos defectos expresivos. En algún momento se embarulla con las preposiciones ("No había lugar en la mentalidad de su abuelo […] de que todos sus esfuerzos no revirtieran en un triunfo», p. 47; "Me sorprende […] que no
estén, a su vez, atentos de
hacia dónde miro yo", p. 149), incurre en tópicos ("un voluminoso fajo de billetes", p. 21), utiliza el anglicismo "en la noche" por ‘de noche’ (p.121) o se deja arrastrar por una construcción rechazable: "Ni los padres de Julia ni los míos se dignan a pisar el asador" (p. 119), entre otras máculas.