Image: Infiel: Historias de transgresión

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Novela

Infiel: Historias de transgresión

Joyce Carol Oates

29 enero, 2010 01:00

Joyce Carol Oates. Foto: Matthew Peyton

Trad. de M. C. Bellver. Alfaguara. Madrid, 2010. 552 páginas, 22 euros


Bertrand Russell era partidario de restar dramatismo a la infidelidad. Su indulgencia con las debilidades humanas le impedía mostrarse intransigente con una experiencia que salpica a infinidad de parejas. Flaubert y Tolstoi habían convertido el adulterio en una categoría estética, condenando a sus heroínas a un final trágico, que evocaba el destino de Edipo, maldito entre los hombres por yacer con su madre. La evolución de las costumbres ya no exige el ostracismo social o el suicidio. En muchas ocasiones, la infidelidad no es más que una crisis pasajera, un síntoma de inmadurez o un brote de narcisismo.

Brillante y prolífica, Joyce Carol Oates aborda el tema del adulterio bajo la perspectiva de un mundo que ha perdido la inocencia, pero no el anhelo de felicidad. La sociedad norteamericana rebosa cinismo y hastío. No es un signo de identidad, sino la continuación del "desencantamiento del mundo" que nació en Europa por un exceso de racionalismo. El sexo es el único Absoluto que ha sobrevivido al brutal esclarecimiento de las ensoñaciones políticas y religiosas. Joyce Carol Oates sitúa al cuerpo en el centro de los relatos agrupados por un título tan explícito como provocador: Infiel. Historias de transgresión.
El cuerpo es el protagonista de unos cuentos que sólo reconocen la trascendencia de la materia. El cuerpo se enciende con la proximidad de otro cuerpo, impaciente por ahogar la conciencia en la ebriedad del placer. El placer que transita por estas páginas es áspero, doloroso, inmediato, ferozmente egoísta. Oates no atribuye al placer ninguna cualidad espiritual. No es el vínculo entre dos amantes que buscan un cauce para fundirse en una intimidad afectiva. El placer que estremece a los personajes de Oates es meramente fáctico, carnal. Es transgresor porque destruye la imagen que nuestra época ha tejido de sí misma. Oates ha reivindicado la herencia de Lewis Carroll y Henry James. Estas narraciones muestran las huellas (casi cicatrices) de una lectura compulsiva del lógico y matemático chiflado, amante de las niñas y la fotografía. De hecho, una de las más conocidas fotografías de Oates recuerda poderosamente su estilo, a medio camino entre tenebrismo neogótico y una belleza irreal, edénica. Si la influencia de Carroll se manifiesta en el gusto por la paradoja y lo inacabado, la introspección minuciosa y la caracterización psicológica reflejan una notable familiaridad con la obra de Henry James.

Hay piezas magistrales, con una brevedad esencial, profunda, como "Au Sable", donde un anciano comunica a su yerno la decisión de quitarse la vida con su esposa. No hay desesperación, sino impotencia ante la vejez y la muerte. Han sido felices, condenadamente felices, pero no lo apreciaron hasta que el cuerpo comenzó a declinar y el goce se transformó en un doloroso recuerdo. "Fea" cede el protagonismo a Xavia, una joven escasamente atractiva. La fealdad no parece tan relevante en el hombre. En el caso de la mujer, representa su destino. Cuando un viejo profesor rescata el argumento estoico según el cual no hay que temer a la muerte porque morir significa "no estar", "no sentir", Xavia grita que morir no es un estado, sino una acción. Morir duele. "Y produce terror". Sin embargo, "Amante" plantea el suicidio como una alternativa nada despreciable, cuando te abandonan y pierdes al ser querido. Oates relata magistralmente la tentativa de provocar un accidente mortal en la autopista. La muerte que acontece entre hierros retorcidos y una estela de fuego se presume terrorífica, pero "a alta velocidad la tristeza no es una posibilidad seria". "Sudor de verano" reconstruye un adulterio donde los cuerpos se aman magullándose, restregándose con furia, sembrando la piel de heridas y hematomas.

Infiel es una obra subversiva. No ya por su indiferente amoralidad, sino por su coraje vital y filosófico. No hay que engañarse: la felicidad es esquiva. Y la literatura -como el placer- sólo nos ofrece una tregua en nuestra deriva hacia la muerte.