Un lugar incierto
Fred Vargas
5 marzo, 2010 01:00Fred Vargas. Foto: Marcello Casal JR.
Al igual que en los inolvidables acertijos ideados por Chesterton, el comisario Adamsberg se enfrenta a misterios que aparentemente no tienen otra explicación que la superstición, la leyenda o la magia. El temor sobrenatural de una peste medieval o de un monstruo oculto en el pliegue de los tiempos sacude las calles de París hasta que sus ecos llegan a los oídos de Adamsberg. Lo curioso es que Adamsberg, al contrario que el padre Brown, no reacciona armado de una desconfianza ciega hacia el portento y un sólido aparato racionalista, sino que más bien pone todas las técnicas de investigación modernas (huellas digitales, archivos, fichas policiales, ordenadores) al servicio de un inexplicable instinto para el crimen. A su segundo, Danglard, hombre de múltiples y enciclopédicos conocimientos, le sacan de quicio esas intuiciones deslumbrantes del comisario Adamsberg, que no parecen venir de ningún sitio pero que llevan inevitablemente a la solución del misterio.
Aparte de la solidez y originalidad de las tramas, el punto fuerte de Vargas reside en la soberbia caracterización de personajes, empezando por el mismo Adamsberg, un tipo que se aleja tanto del diletante holmesiano como del frío policía escandinavo tan de moda en los últimos tiempos (siempre solitario y casi siempre divorciado) para componer un carácter que parece hecho de nieblas pero que resulta inequívocamente seductor. No menor es el atractivo de los secundarios que lo acompañan, de los cuales podemos destacar, además de Danglard, a Retancourt, una mujer enorme y atlética que resulta ser el hombre fuerte de la brigada.
En Un lugar incierto, última entrega de Vargas hasta la fecha, Adamsberg y Danglard cruzan el canal de la Mancha para asistir a un congreso policial y tropiezan, con esa fatalidad que persigue al comisario como la limadura a un imán, con diecisiete zapatos cortados con sus pies dentro que alguien ha dejado frente a las puertas del cementerio de Highgate. De regreso a París, un asesinato brutal cometido en un chalet de las afueras, en el que el cadáver de un anciano ha sido reducido a migajas, hace apuntar el olfato de Adamsberg hacia los remolinos de un misterio en cuyo centro se oculta una sanguinaria leyenda serbia y una vieja venganza vampírica. Criptas, maldiciones y una angustiosa lucha contrarreloj convierten el viaje de Adamsberg hacia las tinieblas en un literal descenso a los infiernos. Cualquier palabra más destrozaría el argumento. Baste decir que Fred Vargas consigue el más difícil todavía al ejecutar un cóctel exquisito de sangre e inteligencia conjugado en una prosa de primera clase. Lo que al final podía haberse malogrado en una conspiración infantil, una secta malvada o una sociedad secreta a lo Dan Brown, se resuelve en una límpida y escalofriante maniobra literaria.