Novela

Los imperfeccionistas

Tom Rachman

30 julio, 2010 02:00

Tom Rachman. Foto: Alessandra Rizzo

Traducc. de Juan Quesada. Plata. 352 pp., 17 euros


Desde fuera, un periódico puede parecer un espacio de trabajo sometido a las contingencias de la actualidad, chispeante e imprevisible. Desde dentro, es un lugar ruidoso y confuso, donde se respira una atmósfera semejante a la de Apocalypse Now. Tom Rachman (Londres, 1974) debuta brillantemente como novelista recreando un mundo que conoce. Con diez años de experiencia como reportero, ha situado a sus personajes en la redacción de un periódico que se publica en inglés, pese a estar afincado en Roma. La redactora jefe es una mujer enérgica y autoritaria, pero infeliz en su vida privada. Herman edita los textos, buscando en la perfección estilística el equilibrio emocional que nunca ha conseguido. Un veterano corresponsal, que ha perdido la inspiración y la confianza de sus jefes, justifica sus artículos con fuentes inexistentes. Cualquiera que haya trabajado para un periódico identificará de inmediato esta tipología humana. En el periodismo siempre hay una mezcla de impostura, neurosis y deshonestidad. Ni siquiera se salvan las grandes figuras, como Kapuscinski, que -según su biógrafo- no conoció personamente al Ché o Haile Selassie ni se libró de la muerte en el Congo por un rescate milagroso.

Rachman ha eludido el nombre del periódico donde se ambienta la acción, pero todo apunta al International Herald Tribune, que se edita en París desde 1887. La novela está organizada como una colección de titulares que reflejan las peripecias personales de sus corresponsales y la de una devota lectora, que ha convertido el periódico en el balcón desde el que observa el mundo. El joven propietario no muestra mucho interés por un periódico heredado de su familia. Tal vez porque el periódico representa el pasado, la decadencia de una época basada en el papel y la distribución por diferentes medios que no pueden convertir con la inmediatez de los circuitos digitales. ¿Acabará Internet con la prensa escrita? Puede ser, pero siempre existirán las noticias. Sin embargo, el viejo periodista, como el desdichado Gopal, que se encarga de las necrológicas, parece abocado a extinguirse, pues no tiene la perspectiva del ejecutivo, presuntuoso e ignorante, más preocupado por la publicidad que por el texto. Es inevitable pensar en las aproximaciones cinematográficas al mundo de la Prensa: Luna nueva (1940, Howard Hawks), Ciudadano Kane (Orson Welles, 1940), Primera Plana (1974, Billy Wilder). Las tres describen a los periodistas como hienas sin escrúpulos o megalómanos con espíritu depredador. La realidad a veces es peor o más prosaica. Rachman reserva una sorpresa para el final, que no debe revelarse, pero su novela no es un tratado moralista de inspiración bíblica. La Prensa no es un pozo abyecto, pero siempre habrá un "fondo de reptiles" como el que socorre a Max Estrella en su declive trágico. Los periodistas son profesionales tan expuestos como los abogados y los policías. Su lugar es el ojo del huracán y si se alejan de él, su trabajo pierde su sentido.

El periodismo siempre necesitará a un Jacques Vergès, que ejerza de "abogado del diablo" y nos enseñe a comprender mentes como las de Klaus Barbie, pero sólo sobrevivirá con figuras como las de Dutton Peabody (Edmond O'Brien), fundador del Shinbone Star, que se juega la vida para defender la libertad de prensa ante Liberty Valance. Al igual que Dutton Peabody, Rachman considera que un artículo (incluso la simple nota de un lector) es la última trinchera para defenderse de los matones que siguen intimidándonos, a veces con recortes presupuestarios, reales decretos y cumbres en Davos.