Image: El año del diluvio

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Novela

El año del diluvio

Margaret Atwood

17 septiembre, 2010 02:00

Margaret Atwood. Foto: David Levene

Traducción: Javier Guerrero. Ediciones B. 592 pp.,20 e.


Acudo a un concierto de hip-hop para empaparme de cultura urbana. Lo que veo me parece algo más -y mucho menos- que una cultura. Lo que veo, en fin, me parece un lamento fiero, desconsolado: una profecía. Profetizar es, en realidad, denunciar. Entre contorsiones rijosas, Violadores del Verso cantan amenazas como esta: "cada generación exige lo que se merece". Al rato, empiezo a sorprenderme: será que la calle es dura, pero el olor dulzón del Apocalipsis atraviesa todas sus rimas; entonces se me ocurre que algunas intuiciones de los raperos son las mismas que descubrimos en, qué sé yo, René Girard, Don DeLillo, Joseph Ratzinger... Quiero decir, en muchas conciencias cuyas cuerdas están en tensión. Y todos ellos, qué casualidad, nos hablan de un fin de ciclo. Al volver a casa, empiezo a leer la nueva novela de Margaret Atwood (Ottawa, 1939), El año del diluvio. A efectos literarios, cualquier Diluvio remite al Universal, y eso lo sabe Atwood, artista admirable. Como en Oryx y Crake, como en su obra maestra El cuento de la criada, la canadiense lanza su augurio: vamos por mal camino.

El año del diluvio es un relato de ciencia-ficción, sección "distopías", que imagina la decadencia de Occidente, su Apocalipsis, y el estado salvaje que sigue al desastre. Aunque el Diluvio lo provoca un científico que quiere "hacer el mundo mejor que Dios", los motivos de este catastrófico panorama son muchos: la escasez de recursos naturales, el monopolio económico, el miedo convertido en política social, e incluso el divorcio entre las Ciencias y las exhaustas Humanidades...

Vamos, lo canónico en el género: Atwood coge el mundo y lo exagera para que podamos observarlo mejor. Y ya que William Blake late en estas páginas, recordemos lo que decía Harold Bloom a propósito del poeta: "la revelación descubre la realidad, pero primero lo irreal se desvanece en la destrucción". Si el Diluvio es una revelación y la civilización una construcción irreal, ya hemos resumido la novela. Eso sí: esta crudísima autora no nos ahorra ni un átomo de "realidad" aunque los humanos, vistos al descubierto, seamos terribles. Como Atwood es lúcida, en su obra el amor también perturba.

La anterior novela de Atwood, Oryx y Crake, dejaba algunos huecos de trama y significado. En esos espacios libres asienta sus pilares El año del diluvio, recuperando personajes, atando cabos, atravesando fronteras que nos estaban vetadas en la primera aproximación a este futuro lleno de crueldad técnica, animal y sexual. Vuelven a aparecer Hombre de las Nieves, Crake y otros personajes, pero cediendo el protagonismo a la secta vegetariana de los Jardineros de Dios o a las prostitutas santas de las plebillas, esto es, las barriadas donde se acumula el desecho humano, pura carne de rap.

La conexión entre ambos títulos no es tan tenue como induce a creer la contracubierta: el deslumbrante final abierto de Oryx y Crake es el escenario del penúltimo capítulo de esta novela. Pero el verdadero cierre que Margaret Atwood nos tiene reservado vuelve a ser tan abierto como desasosegante. Eso está bien: como uno de los personajes, solo podemos decir que "de todos modos, no había vuelta atrás".

El año del diluvio me parece un buen trabajo: de hecho, su tramo final es excelente. Ahí brilla Atwood, una narradora insuperable que te obliga a galopar sobre cada párrafo, que siempre tiene a mano una frase implacable para espantar el conformismo. Ahora bien, estas páginas se quedan por debajo del altísimo listón de la canadiense: el ritmo es irregular, las ocurrencias reiterativas (nombres inventados de marcas comerciales, experimentos genéticos grotescos… ¡Buf!, ya nos lo sabemos), y se pierden ironía y fiereza por culpa de los sermones de los Jardineros de Dios. En definitiva: ojalá que todos ustedes lean El año del diluvio, porque cualquier seguidor de Margaret Atwood disfrutará con el libro... Y todos deberíamos ser seguidores de esta portentosa autora. Pero si aún no las conocen, busquen primero sus obras maestras, devoren Resurgir, o El asesino ciego, o Desorden moral, o... Luego, cuando hayan captado la medida de su descomunal talento, pueden citarse con la dignísima obra menor que reseñamos aquí. ¿Qué quieren? Un crítico debe ser exigente, también con el lector.