Image: Brooklyn

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Novela

Brooklyn

Colm Tóibín

10 diciembre, 2010 01:00

Com Tóibín

Traducción de A. Andrés Lleó. Lumen. 315 pp., 18'90 euros


En El arte de la novela, Henry James escribió que "el intento cuya fuerza tenaz mantiene en pie una novela es el de captar la nota y el secreto precisos, el extraño ritmo de la vida". Hablemos de Colm Tóibín (Enniscorthy, 1955) y su Brooklyn, sin perder de vista a James. Y empecemos con el argumento: en los años 50, Eilis Lacey es una joven cuya familia, asentada en el sureste de Irlanda, pasa por dificultades económicas. No hay trabajo en la zona, de manera que Eilis acepta la propuesta de trasladarse a Brooklyn, donde la gente prospera. Nuestra protagonista viaja, trabaja, vive con su casera y otras jóvenes, conoce a un chico. Aunque en el tercio final experimenta un giro, esta novela no nos presenta asuntos nada "novelescos". No hay problema: como diría James, escoger o rechazar un destino ya es, de por sí, una acción y un argumento. Cierto que nadie discute esa idea, pero en fin: estoy explicando qué clase de obra tenemos entre manos. Tóibín presta atención a la psicología de sus personajes y a los gestos sociales que se desprenden de esa psicología. Los detalles cuentan, y cada diálogo sirve para retratar a quien habla.

Brooklyn contiene los elementos característicos en Tóibín: en ella aparecen los escenarios irlandeses habituales (Blackwater, Wexford, esa melancólica costa erosionándose...). Pero más allá de esto, aquí vuelven a ser esenciales las ausencias que deja la muerte: recordemos al padre y la esposa del magistrado que protagonizaba El brezo en llamas; o a la madre desaparecida del relato "Un largo invierno", en Mothers and sons; o esas dos figuras decisivas para el Henry James que Tóibín recreó en The Master, su hermana Alice y la novelista Constance Fenimore Woolson; en El faro de Blackwater, la muerte tiene importancia, claro, pero de otra manera: allí, la ausencia que se anunciaba era la del protagonista. En Brooklyn, hay un padre fallecido al que casi no se alude, aunque Eilis imagina haberlo visto, y se produce otra pérdida que el lector descubrirá.

En todo caso, la muerte es uno de los detonantes del conflicto que me parece central en Tóibín y en esta novela: el de la fidelidad y sus dificultades. Me refiero a un asunto complejo, no sólo a episodios de cabellera revuelta: Eilis debe decidir si es fiel o no a un hombre, a un instinto, a una cultura... En fin, a la memoria o al destino escogido, para resumirlo todo de una vez. Personaje complejo, vivo, con derecho a la debilidad y al cálculo, Eilis Lacey es tan valiente como inteligente, pero su drama es el de la elección. No es extraño que le cueste: en otra deliberada apelación a James, estamos ante un ser de frontera: a partir de un momento dado, Eilis ya no es del todo irlandesa ni americana. Ser una cosa u otra, en la época retratada, tenía consecuencias graves: raíces o libertad. En un artículo para la New York Review of Books, Tóibín habla de una foto del exiliado Thomas Mann visitando su Lübeck natal en 1955: su mirada, escribe, exhibe un "conocimiento oscuro", una "resignación que es simultáneamente dura y melancólica". Lejos de casa, Mann había perdido algo que no podía recuperar. La proletaria y modesta Eilis, también.

Precisamente, esta tensión nos aporta un final -¡insisto!- muy jamesiano, aunque provisto de ironía: hay una elección, pero sin grandeza, y en todo caso la decisión de la protagonista es simultáneamente la más y la menos conformista. Cabe preguntarse si escoge ella o las circunstancias hacen inevitable ese final tan deliberadamente precipitado, y tan hermoso. A fin de cuentas, ésta también es una historia sobre la tristeza con que el humilde acepta ser zarandeado. Éste es un magnífico libro, una nueva demostración de la fidelidad -¡es el tema!- que Tóibín ha guardado siempre al mandato de James: "sé generoso y delicado y corre tras el premio". Pues lo ha logrado: en Brooklyn hay vida.