Tea-Bag
Henning Mankell. Traducción de F. Jiménez
24 diciembre, 2010 01:00Henning Mankell. Foto: Jan Ainali
Ignoro si Henning Mankell ha comenzado a odiar al inspector Wallander. Tal vez planea matarlo, imitando a Conan Doyle, que arrojó a la cascada de Reichenbach a Sherlock Holmes, harto de un personaje cuya fama había oscurecido el resto de su obra. No es la primera vez que Mankell intenta demostrar su capacidad de internarse en otros géneros. Ya había dedicado una trilogía a la mujer africana y había realizado una aproximación al mundo a la infancia de una presumible Mozambique (Comedia infantil, 2005). Siempre ha resuelto estos retos con notables dosis de ternura y sensibilidad, pero sin rozar la talla de escritores como Coetzee, que nos ofrece una perspectiva áspera y desoladora, a veces de intolerable dureza. En Tea-Bag, Mankell nos cuenta la peripecia de una joven africana, que sobrevive a un viaje en patera. Después de infinitas penalidades, que incluyen una breve estancia en España en un centro de acogida para extranjeros, llega a Suecia, donde conoce a Jesper Humlin, un poeta acosado por su editor para escribir una novela policíaca.Mankell se ríe de sí mismo, restándole méritos al género que le ha convertido en una celebridad mundial. Jesper Humlin no muestra ningún aprecio hacia las tramas de asesinatos, donde prevalece la intriga sobre el estudio psicológico y el estilo es puramente funcional. Hay que decir que Mankell no sólo ironiza sobre algo que conoce, sino que, además, se retrata a sí mismo. Las novelas de la serie de Wallander se dilatan innecesariamente, la prosa carece de tensión poética, no profundiza en los personajes. Y esa fórmula se repite una y otra vez. Sin embargo, hay algo que garantiza la fidelidad del lector y que tal vez influya en el porvenir de la literatura, reservando a Mankell un discreto nicho en el panteón de los autores devorados por sus personajes. El inspector Wallander se hace querer. Y querer a Wallander significa querer a Mankell, pues todo sugiere una superposición de identidades. Aunque Kenneth Branagh haya encarnado para la televisión a Wallander, resulta imposible eludir la tentación de recrear las peripecias de Wallander con el rostro de Mankell. El problema es que Humlin también se parece a Wallander. Hasta se lleva mal con su madre, que a los 87 años empieza a escribir una novela policíaca. Podemos concluir que toda la literatura de Mankell rebosa Mankell.
Al parecer, Tea-Bag se inspira en un personaje real, al igual que Tanja y Leyla. Leyla es iraní y Tanja rusa. Las tres comparten la desgracia de ser inmigrantes en una Europa que no cesa de ordenar vergonzosas expulsiones. Jesper Humlin se sumerge en un mundo donde no se reconoce ninguna dignidad al ser humano, privándole hasta del derecho a hablar. Pese a vivir atrapadas en redes ilegales o en actividades degradantes, las tres conservan la esperanza de una existencia diferente. A fin de cuentas, son casi adolescentes y el tiempo aún juega a su favor. Humlin hace todo lo posible para ayudarlas, pero sólo consigue montar un pequeño circo que no resuelve nada. Tea-Bag posee la capacidad de improvisación del pícaro que ha sobrevivido a mil desgracias, pero no ha perdido su autoestima y no quiere convertirse en la protagonista de un reportaje en papel satinado, con anuncios de Ikea. No desea convertirse en una página más en los ejercicios pasajeros de autocrítica de una sociedad indiferente al dolor.
Tea-Bag es una novela repleta de buenas intenciones, que responde a las expectativas de los seguidores habituales de Mankell. Sin embargo, carece del desgarro que se presupone al drama de la inmigración ilegal. No añade nada esencial. Se lee con facilidad y no irrita ni impacienta, pero se echa de menos la prosa de un escritor más familiarizado con el infortunio. Entendemos que Mankell esté cansado de Wallander, pero si el inspector no reaparece, se expone a que miles de lectores salgan a la calle con crespones negros en señal de luto. Yo sería uno de ellos.