Image: Jin Ping Mei / Flor de Ciruelo en vasito de oro

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Novela

Jin Ping Mei / Flor de Ciruelo en vasito de oro

Firmado El Erudito de las Carcajadas / Jin Ping Mei

21 enero, 2011 01:00

Traducción de Alicia Relinque. Atalanta. 1180 pp., 48 euros / Ed. de Xavier Roca-Ferrer. Destino, 2010. Dos vols. 920 y 830 páginas, 30 euros cada uno


De las corrientes filosóficas chinas, el taoísmo me parece la más hermosa. Partidarios de la inacción, Lao-Tsé y Chuang-Tsé nos recuerdan que el deseo es agotador y que "los excesos de la inteligencia y de la acción traen descompuesto al mundo". Pues bien, la dinastía Ming (1368-1644) no solo acogió en su seno a esos desconcertantes jesuitas vestidos como bonzos que cantaba Battiato, sino también un florecimiento narrativo que tuvo como principal fruto la novela que hoy comentamos. Escrita a finales del XVI, Jin Ping Mei es una prodigiosa narración que, paradójicamente, le da la razón a los taoístas: son tantas páginas e incluye contorsiones sexuales tan hiperbólicas que, a ratos, el lector queda de lo más descompuesto. Estamos ante una obra de arte, aunque seductora, enervante y demoledora.

La naturaleza humana y sus construcciones sociales o institucionales ofrecen un aspecto descarnado en este libro ambientado en el siglo XII. Ximen Qing es un bruto adinerado que comete toda clase de excesos, sexuales o no, mientras pululan a su alrededor esposas, concubinas, prostitutas, alcahuetas, matones, funcionarios corruptos… Pan Jinlian es una mujer hermosa pero perversa que envenena a su cornudo primer marido para poder convertirse en la Quinta Esposa de Ximen Qing. Ellos ocupan el centro de un descomunal fresco que fascina doblemente al lector: por un lado, y aunque esto caiga del lado de lo accesorio, paseamos por estas páginas como visitando un local lleno de exóticas antigüedades, ya sean costumbres curiosísimas, tocados preciosos, adminículos eróticos o metáforas de regusto popular (adivinen qué es en realidad ese cuervo que, al tiritar, presagia la llegada de un caballo blanco…). Por otro, la energía narrativa del autor y su radical escepticismo tienen un valor universal milagrosamente vigente.

Jin Ping Mei tiene un arranque hermoso y desolador: esa escena que, entre el mito y la fábula, describe la victoria a puñetazos de un hombre sobre un tigre. Después, el libro se instala en un intenso realismo que no tiene inconveniente en describir los pormenores de una felación o los costes de un proceso judicial; a ratos repetitiva o fragmentaria, como exige su naturaleza de transición hacia la modernidad narrativa, la novela abre tramas variadas que, al final, confluyen en una gran decadencia colectiva. Las trescientas últimas páginas son un goteo de muertes entre las que destacan dos: una tiñe de rojo al caballo blanco y resulta de lo más irónica; la otra, violenta e inevitable, otorga al texto una reconfortante trabazón de conjunto.

No hay consuelo en Jin Ping Mei. El erudito de las carcajadas -cachondo pseudónimo del autor anónimo- se excusa en la lección moral que ofrece su obra, además de aliñarla con numerosas apelaciones a una cultura oficial que afirma la existencia e importancia del Bien. El libro, sin embargo, no confirma nada de eso. Si en Historia de mi vida, Casanova insinúa que el secreto de seducir a muchas mujeres estriba en amarlas de verdad aunque sólo sea por una noche, Ximen Qing no ama a nadie. Tampoco Pan Jinlian, ni ningún otro personaje, salvo Li Ping'er a su hijo. Si alguien llora aquí, es porque llora su orgullo. Si alguien se entrega, es para lograr un favor del amo. Este es un gran libro sobre el Poder y sus mecanismos: por eso es obsceno. Incluso para quienes dudamos de la eficacia de la monogamia como "ábrete, Sésamo" de la felicidad conyugal, su lectura supone un recordatorio de que la clave del amor no es la gimnasia, sino el sacrificio.

"Sin azar no hay historias", se lee en Jin Ping Mei. Supongamos que ha sido el azar quien ha hecho coincidir dos ediciones de este título en el mercado español. ¿Cuál escoger? Destino ha confiado en una versión, que no traducción, de Xavier Roca-Ferrer. Es cierto que las versiones indirectas pueden ser, a veces, ejercicios útiles; sobre todo para quien las hace, claro. Octavio Paz o Cristóbal Serra versionaron a Chuang-Tsé sin saber chino, y el resultado fue atractivo. Ahora bien, desde el momento en que Atalanta propone una traducción, a cargo de Alicia Relinque Eleta, y encima el resultado en castellano es más coloquial, procaz y atrevido que el otro -que es muy correcto-, la cosa está clara. Eso sí, de momento el sello de Jacobo Siruela ha sacado únicamente el primer volumen. No pasa nada: pueden ir leyendo sus 1.180 páginas o contemplar sus excelentes ilustraciones mientras esperan el segundo.