El bebedor de lágrimas
Ray Loriga
25 noviembre, 2011 01:00Ray Loriga. Foto: Mitxi
Lo peor de todo, Héroes, La pistola de mi hermano fueron títulos rompedores, en el panorama narrativo de los 90, porque ofrecían historias descarnadas al abrigo de un estilo asombroso por su modo de dinamitar tópicos y formatos convencionales, deslumbrante por los hallazgos expresivos que contenía. Fueron historias desoladoras y tiernas, y se llevaron tras ellas -continúan haciéndolo- cientos de lectores. Su autor, Ray Loriga (Madrid, 1967), logró así un contundente respaldo, a pesar de la controversia desatada como reacción a su estilo y a la imagen del escritor que insiste en refugiarse en la estética de un cierto malditismo. Después vinieron otros títulos, otros rumbos, nuevos lectores: Días extraños, Tokio ya no nos quiere, El hombre que inventó Manhattan... Siempre emprendiendo nuevos discursos y ensayando registros y tonos cambiantes, lo que merece el elogio debido a quien hace de la escritura un estilo de vida exigente, que obedece al principio creativo de asumir un proyecto en permanente construcción. ¡Imposible no reconocer la valentía de cada propuesta!Aunque la última supone un giro tan rotundo (de estilo, de intenciones...) que cuesta asociarlo a su autor. Pero no deja de ser un testimonio más a favor de quien ensaya fórmulas nuevas. Su título, cargado de connotaciones de la literatura romántica, El Bebedor de Lágrimas, redunda en el significado de su dirección argumental: "Un amor eterno. Un destino oscuro". Se trata de una novela pensada para complacer a lectores jóvenes, aficionados a la saga y el bestseller, que ni entran en el inconcreto rótulo de "literatura juvenil" ni quieren asomarse a la épica del relato literario. Y sí: el empeño viene con el ambicioso empuje de abrir la puerta a una saga protagonizada por jóvenes "fantasmas" condenados a cumplir los designios de una leyenda que pesa y anima la vida universitaria de un escenario mítico: "Cornwell".
Y sí: el autor pone las habilidades más que probadas de su oficio para ofrecer un argumento de enamoramientos adolescentes, acción trepidante, traiciones y maldiciones que no han hecho más que empezar. Y sí: con algunos peros que afectan a la verosimilitud de un precipitado planteamiento de la acción (presentación de las protagonistas, Adela y Laura, ambientación del escenario novelesco, irrupción de los jóvenes fantasmas que acosan a las estudiantes, asesinatos que no representan un misterio sino la razón de ser de la leyenda, entrada en acción de un particular comisario de policía…), imprescindible para justificar el desenlace que sentará las bases de sucesivas entregas, Loriga se hace con la historia gracias a las artes de un narrador que interviene a sus anchas, desdramatiza episodios sangrientos y presenta a los personajes de modo distante y burlón. Y sí: se hará con muchos de lectores que acabarán por buscarle en otras entregas de esta saga. No es el Loriga que más admiramos pero ha puesto en marcha las razones de los protagonistas de una eternidad que promete ser muy entretenida.