Image: Tierra de caimanes

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Novela

Tierra de caimanes

Karen Russell

14 diciembre, 2012 01:00

Karen Russell

Traducción de Isabel Margelí. Tusquets, 2012. 400 páginas. 20 euros, Ebook: 13'99 euros


Karen Russell (Miami, 1981) ya había publicado un volumen de relatos cuando en 2011 apareció su primera novela, Tierra de caimanes, y se convirtió en alguien importante: el libro obtuvo lectores y excelentes críticas, apareció en muchas listas influyentes que determinan lo mejor de la temporada, arrancó palabras entusiastas de Stephen King, y se coló entre los finalistas al Pulitzer 2012 en una edición que ha quedado desierta.

Este libro juega con referencias diversas, no siempre a la moda, y está bien escrito, a veces incluso brillantemente. Russell nos presenta a una familia de domadores de caimanes que viven en una pequeña isla situada en zona pantanosa. Su negocio, el parque de atracciones Swamplandia! (que da título a la novela en inglés), acaricia la ruina asaltado por la modernidad aparatosa de su competidor, un complejo temático llamado El Universo Oscuro. Ava, Kiwi y Ossie son los hijos del matrimonio Bigtree. La madre ha muerto. Su padre, el Jefe, es un tipo testarudo cuya receta para reflotar el parque pasa por rebautizarlo como "Darwinismo de Feria". Esta caótica situación hará que los tres hermanos, perfectos desconocedores del mundo "normal" que habitamos los de tierra firme, se lancen a asumir responsabilidades nuevas: Kiwi se fuga para lograr ingresos y estudios, Ossie se enamora de un fantasma, Ava intentará rescatar a su hermana de esa espiral ocultista. Todo esto le sirve a Russell para combinar buenas dosis de feísmo americano con periplos alucinatorios. Ultramodernidad mecánica de saldo frente a naturaleza espesa y atávica como un saurio: este es el envoltorio de una doble, o triple, historia de aprendizaje. Un cóctel curioso.

Admito que el trabajo de Russell tiene méritos técnicos objetivos y bastante ambición. Sin embargo, avanzo por el libro sin lograr entusiasmarme; hay un par de revelaciones, en el último cuarto de la novela, que al fin tensan mi ánimo… Pero la cosa no dura mucho, ni queda bien rematada. Hay algo que no me creo en Tierra de caimanes. Tal vez ocurre lo siguiente: que Karen Russell, en los agradecimientos, admite su deuda con George Saunders. Eso es demasiado peso para un libro tan complaciente. Saunders es un escritor excelente que ha estado callado unos años y ahora anuncia su regreso. En los relatos que forman Guerracivilandia en ruinas (Mondadori, 2005), nos mostraba el mundo como un parque temático, una amalgama devastadora de crueldad laboral y fascismo sexual. Es crudo y noble, y aunque habla de palmeras de plástico o estrellas artificiales, en él los vómitos desprenden un hedor genuino. En cambio, Tierra de caimanes, que transita los mismos escenarios con actitud más pactista, parece una novela algo plastificada, de pantomima. La voluntad de seducción que anima a Russell le lleva a limar casi todas las aristas interesantes del libro. Así, el kitsch y lo grotesco parecen prestados, y la atmósfera de fábula, con esos fantasmas de relato antiguo, también. No es que le pidamos a Russell ser Saunders, algo que no está en su ánimo; o Lewis Carroll, al que cita oportunamente al principio. Pero le sentaría bien algo de valor genuino para llevar sus apuestas tan lejos como lo hicieron ellos. Por ejemplo, si citas Miss American pie de Don McLean cuando un personaje está a punto de ser despojado de su inocencia, o renuevas ese tópico cargándolo de sentido... o mejor no lo uses, porque todo sonará domesticado.

Tierra de caimanes entretiene casi siempre, aunque presenta zonas cenagosas y le sobran páginas. Russell sabe escribir buenas frases y levantar escenas eficaces, y las pinceladas de humor están llenas de ingenio ("era como si un muñeco Ken se hubiera pegado un atracón de daiquiris"). Pero le falta mejorar el manejo del ritmo y aprender a podar. Más allá, lo realmente importante será descubrir si es capaz de ser cruel, tierna e insólita hasta las últimas consecuencias, y no sólo ensayar esas poses. Si va a lograr una mirada imaginativa, y no sólo fantasiosa.