La codicia de Guillermo de Orange
Germán Gullón
8 marzo, 2013 01:00Germán Gullón
Pues bien, para defender tal tesis su apuesta toma la dirección de un personal thriller protagonizado por un numeroso y bien concertado coro de personajes, entre los que destaca el trío de maquiavélicos empresarios holandeses, cuya falta de escrúpulos deriva en el soborno y hasta en el crimen, y una joven holandesa que acaba de terminar su tesina ("La crisis financiera española vista por la prensa holandesa") y viene a España, como entrenadora de un equipo de hockey sobre hierba, para reunir dinero y poder estudiar un máster de periodismo. En torno a ellos, periodistas, matones a sueldo, sistemas informáticos que permiten descubrir secretos bancarios y el poder de las redes sociales para suscitar emociones que dinamiten la brecha del rencor...
Para albergar tantos motivos despliega aquellas armas de las que mejor se vale: inteligencia a la hora de manejar el punto de vista irónico que orienta el discurso buscando la complicidad del lector, tono agudo, estilo pulcro y factura literaria. A esto se suma la alianza explícita entre lo cierto y lo imposible, justificando la cláusula de la verosimilitud con parecidos casuales y arrimando los excesos de la trama a la sutil justificación de que excesivo es el modelo que, de algún modo, su relato busca parodiar.
Dicho esto, vayamos al argumento para entender la objeción a la desmesura en la que incurre, sin que esa táctica le valga el favor del lector. Arranca la trama con una secuencia que determina el tinte paródico de su discurso y le otorga cierta comicidad: un empresario holandés vive como una ofensa la derrota de Holanda ante España en el Mundial de fútbol de Sudáfrica, en 2010. Su odio hacia España se desata y su empeño por obtener beneficio económico especulando con la deuda pública española no se detendrá ante nada y ante nadie. A partir de ahí la comicidad se retira en favor del histrionismo de acciones y situaciones, en aras de estampar la codicia en estado puro. Cierto que todo refrendado por el buen hacer de un escritor que conoce bien su oficio, y cierto que no le faltarán lectores que celebren su elocuencia.