Image: La codicia de Guillermo de Orange

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Novela

La codicia de Guillermo de Orange

Germán Gullón

8 marzo, 2013 01:00

Germán Gullón

Destino. Barcelona, 2013. 304 páginas. 18'90 euros.


Con una fórmula fría, pero elocuente y práctica, con la alianza entre lo cierto y lo imposible, y con la estrategia de quien sabe moverse con desenvoltura entre los postulados de la teoría de la novela, el profesor, crítico y escritor Germán Gullón (1945) dispara su personal visión de la actual crisis moral y financiera en su última novela. Su título, La codicia de Guillermo de Orange, no enmascara sus intenciones: envolver en un argumento rocambolesco (en consonancia con las acciones insólitas que concurren en su relato) la codicia que mueve el entramado financiero europeo. ¿Y por qué ese nombre determinando a la codicia? Porque, enlazando con una trama histórica, sostiene la tesis de que España es víctima de "La Leyenda negra" (forjada por Guillermo de Orange en su Apología, personaje tomado de la realidad histórica del XVI) propagada desde los Países Bajos, en la época de Felipe II. En virtud de ella, quienes la defienden buscan sacudir la confianza en la deuda financiera española -cuenta el narrador- incidiendo en una campaña de descrédito que no favorece a la economía española.

Pues bien, para defender tal tesis su apuesta toma la dirección de un personal thriller protagonizado por un numeroso y bien concertado coro de personajes, entre los que destaca el trío de maquiavélicos empresarios holandeses, cuya falta de escrúpulos deriva en el soborno y hasta en el crimen, y una joven holandesa que acaba de terminar su tesina ("La crisis financiera española vista por la prensa holandesa") y viene a España, como entrenadora de un equipo de hockey sobre hierba, para reunir dinero y poder estudiar un máster de periodismo. En torno a ellos, periodistas, matones a sueldo, sistemas informáticos que permiten descubrir secretos bancarios y el poder de las redes sociales para suscitar emociones que dinamiten la brecha del rencor...

Para albergar tantos motivos despliega aquellas armas de las que mejor se vale: inteligencia a la hora de manejar el punto de vista irónico que orienta el discurso buscando la complicidad del lector, tono agudo, estilo pulcro y factura literaria. A esto se suma la alianza explícita entre lo cierto y lo imposible, justificando la cláusula de la verosimilitud con parecidos casuales y arrimando los excesos de la trama a la sutil justificación de que excesivo es el modelo que, de algún modo, su relato busca parodiar.

Dicho esto, vayamos al argumento para entender la objeción a la desmesura en la que incurre, sin que esa táctica le valga el favor del lector. Arranca la trama con una secuencia que determina el tinte paródico de su discurso y le otorga cierta comicidad: un empresario holandés vive como una ofensa la derrota de Holanda ante España en el Mundial de fútbol de Sudáfrica, en 2010. Su odio hacia España se desata y su empeño por obtener beneficio económico especulando con la deuda pública española no se detendrá ante nada y ante nadie. A partir de ahí la comicidad se retira en favor del histrionismo de acciones y situaciones, en aras de estampar la codicia en estado puro. Cierto que todo refrendado por el buen hacer de un escritor que conoce bien su oficio, y cierto que no le faltarán lectores que celebren su elocuencia.