En tiempos de luz menguante
Eugen Ruge
12 abril, 2013 02:00Eugen Ruge. Foto: Deutscher Buchpreis
El alemán Eugen Ruge (Sosva, Urales, 1954), que hasta ahora era sobre todo un hombre de teatro además de un desconocido en nuestro país, ha debutado en el género narrativo con un libro titulado En tiempos de luz menguante y subtitulado "novela de una familia". Cabría ahondar un poco: precisamente por ser una novela familiar, también lo es histórica. Uno se acerca a la Historia en busca de alguien que la padece. Lo único reconfortante del pasado es devolverle la mirada a un tipo que estuvo vivo entre instituciones fosilizadas. Y de todas ellas, la institución narrativa perfecta es la familia, porque se adhiere casi orgánicamente al individuo. Como un punto de encuentro, es tanto la caja de resonancia de nuestra vida interior como la concreción de un entramado llamado "época". Si te preguntas qué alianzas, qué mercado, qué estado rigieron entonces, mira a la familia: una burocracia acogedora, de vez en cuando.En tiempos de luz menguante es una novela ambiciosa y hecha con oficio: lo que toca, vamos. El libro ha tenido éxito y premios, y no es para menos. Para empezar, su estructura alterna seis capítulos que recrean el cumpleaños de un anciano hombre relevante de la República Democrática Alemana, el 1 de octubre de 1989; otros cinco que nos cuentan el viaje mexicano de su nieto en 2001; y nueve más que son sucesivas calas en años comprendidos entre 1952 y 1995. Mediante esta fórmula, muy bien trabajada, asistimos a medio siglo XX cuyos efectos desarbolarán al linaje Umnitzer y a una utopía política, la del comunismo, como dice el título, "menguante".
Claro que... ¿u-topía? En 1952, el matrimonio que forman Wilhelm y Charlotte, primera de las cuatro generaciones que conoceremos, se siente varado en México "mientras que al otro lado del océano, en el Estado naciente, se repartían los cargos". ¡Qué ejemplar! Esta familia oculta sus pecados originales: la ambición o la envidia, por ejemplo. En el Estado, su espejo, los pecados se exacerban: crimen y represión. En 1959, un niño comenta inocentemente que un compañero del colegio "dice que América es el país más grande del mundo". Su abuelo Wilhelm consigna que los padres de ese chico "no han ido a votar. Ya los cogeremos". Sigue el juego de espejos, pero cada generación se distancia más de las certezas. Muere la fe en el partido. En 1989, cuando todo está a punto de caer, el nonagenario Wilhelm estalla: "ellos" ya sabían qué hacían al encerrar "a gente como tus hijos". Se lo dice a su propia esposa, y la nostalgia del miedo refulge.
En tiempos de luz menguante tiene un personaje vertebral, Alexander, que paradójicamente es un ser dislocado, salido de su eje. Alexander representa a la generación del autor y comparte con él muchos elementos biográficos. La memoria parece ser la textura de la prosa de Ruge. Sabemos que 1989, la caída del Muro de Berlín, y 2001, la caída de las Torres Gemelas, marcan convencionalmente el cambio de siglo: ambas fechas encuentran a Alexander en fuga, aunque en doce años las expectativas que motivaron la primera huida al Oeste se han convertido en desconsuelo. La clausura de un siglo es un hombre tumbado en su hamaca. Le devolvemos la mirada. Esta es una buena novela, así que tal vez parezca mezquino detenerse en un capítulo menos logrado. Pero es que me parece una verdadera lástima que 1995 nos deje un retrato tan manido de Markus, bisnieto de Wilhelm, nieto de Kurt, hijo de Alexander. My generation, ahora treintañeros. Porros y partidas de Doom. No es que no sea cierto, en parte, pero Eugen Ruge sólo traza un esquema sin acertar a darle vida creíble. Como el capítulo no es una pieza menor en la estructura total del libro, noto que el conjunto se resiente un poco. Sólo un poco, porque En tiempos de luz menguante revive la Alemania comunista con honestidad, solidez y, ¡ojo!, un sentido de ritmo bastante adictivo (lo dice un crítico citado en la cintilla del libro, y sin embargo es verdad). Y aunque no estoy en condiciones de comparar con el original, juraría que el traductor Richard Gross ha hecho muy bien su trabajo.