Los privilegios
Jonathan Dee
14 junio, 2013 02:00Jonathan Dee. Foto: Dennis Shannon
Esta es la historia de un par de décadas en la vida de Adam y Cynthia Morey, una pareja perfecta, bella y "épicamente" enamorada. Nacieron en la clase media y lograrán ascender a la más exuberante de las riquezas. Hablamos de un mundo exclusivo de jets privados para el que simultanear el uso delictivo de información privilegiada o la traición con las obras de caridad no responde a una lógica hipócrita: el poder está obligado a establecer sus propias reglas. En ese mundo, los Morey jamás dejan de ganar mientras sus hijos espléndidos crecen, tal vez se hacen algunas preguntas, y finalmente se las responden de forma taxativa: la respuesta es el triunfo.
Podría parecer lo contrario, pero no creo que el lector logre odiar a los protagonistas: va a envidiarlos, eso sí, y sobre todo odiará esa envidia, porque es la prueba de que todos permanecemos uncidos a la misma lógica que le da sentido a los Morey, una familia anómala no por su abyección, sino por la perfecta síntesis de la época que representan. Ser los Morey es ser un anuncio. La ambigüedad que domina la atmósfera de Los privilegios estriba en que la actitud de Adam y Cynthia no revela tanto amoralidad como una terrible moral diseñada y patentada, privatizada. Y nadie parece capaz de vencerla o revelarla errónea.
Al mismo tiempo, resulta fascinante el esfuerzo de la pareja por vivir en un presente continuo que sólo se proyecta hacia el futuro. El pasado parece ser su único enemigo, derrotado ampliamente por el Héroe de la familia, Adam, así llamado en un arrebato genesíaco demasiado obvio. La victoria de Cynthia sobre el tiempo, en cambio, es algo menos estable: su belleza perfecta puede zozobrar ante el dolor, el vacío o la memoria. Pero nada de eso dura lo suficiente: esta es la historia, insisto, de un triunfo constante.
He dicho que los Morey son su época, o como dice un personaje, "el acabose" de esa época. Por eso su hijo Jonas (otra alusión bíblica innecesaria), que necesita forjarse un destino propio, partirá en busca de una autenticidad marginal, psicótica, que niegue la dinámica del dinero. Al final, y esto es lo más parecido a un spoiler que contiene mi reseña, descubrirá que no hay nada fuera de lo que representan sus padres. El aura y el dinero de su familia compran la dignidad de los ajenos y la fidelidad de los propios, incluso aunque no haga falta.
"El dinero real estaba en lo etéreo", leemos. El dinero cabalga ficciones cada vez más abstractas e irreales para edificar fortalezas cada vez más inexpugnables: es otra de las cosas que el libro muestra excelentemente en un terso castellano debido a Justo Navarro, que firma un epílogo nacido del entusiasmo. Se me ocurren reproches mínimos a Los privilegios: alguna reiteración, algunos elementos estructural y discursivamente demasiado explícitos. Pero no importan en absoluto, porque el libro ha provocado en mí algo que no siempre ocurre: unas ganas tremendas de escribir sobre él, de intentar dar con un par de paradojas que hagan justicia a su ambivalencia incómoda. Ganas de fijarlo en mi memoria.