Traducción de Andreu Nin. Reino de Cordelia. 183 pp. 16 e.
Después de ser expulsado de Alemania y Francia, Lev Trotski llegó a España en 1916, desconociendo el idioma y las costumbres de un país lleno de nostalgia por su pasado imperial. El sentimiento de decadencia explicaba la mezcla de orgullo, atraso y fatalidad de los españoles, predispuestos a la amistad, la confidencia y la generosidad. El desprecio por los bienes materiales sólo puede explicarse por esa mentalidad de hidalguía de la que aún sobreviven tibios vestigios. George Orwell refleja la pervivencia de ese temperamento en Homenaje a Cataluña (1938) y Cioran nunca ocultó su admiración por una nación que sitúa el origen de su declive en el lejano reinado de Felipe II. Esa conciencia de caída y fracaso tal vez explique que un guía turístico aborde a Trotski y le acerque al Viaducto, explicándole que es un lugar privilegiado para consumar un suicidio.
Su breve estancia en la Modelo de Madrid le revela que la sociedad de clases persiste entre los muros de una prisión. No todas las celdas son iguales. Las gratuitas son inmundos cubículos, pero las de pago ofrecen ciertas comodidades. El 13 de enero de 1917 Trotski entra en Nueva York. Probablemente, no sospechaba que su aventura española no finalizará hasta el 21 de agosto de 1940, cuando el español Ramón Mercader hunde un piolet en su cabeza. Mis peripecias en España es un libro esencial para que el que desee conocer mejor a un hombre trágico e intenso atrapado en un país enfermo de melancolía.