Image: Bloody Miami

Image: Bloody Miami

Novela

Bloody Miami

Tom Wolfe

22 noviembre, 2013 01:00

Tom Wolfe. Retrato de Grau Santos

Traducción de Benito Gómez. Anagrama. Barcelona, 2013. 624 páginas, 24'90 euros

La tentación del crítico es resultar llamativo, inesperado, pero una obligación básica es ofrecer algo útil al lector. En el caso de Bloody Miami, la nueva novela del atildado Tom Wolfe (Richmond, 1931), me temo que no puedo permitirme decir nada muy llamativo ni diferente de lo ya señalado por buena parte de la crítica americana, a saber: que estamos ante una exhibición eficaz de toda la batería de recursos wolfeanos, y que el resultado es divertido, pero que también resulta algo impostado, como documentado entre canapés. ¿Se deja leer? Desde luego, entre otras cosas porque el oficio que atesora su autor, una virtud sustancial que nunca debe subestimarse, salta a la vista casi en cada página, a menudo en forma de carcajada. ¿Es magistral, imprescindible? Pues eso ya no. Y disculpen la previsibilidad.

Presten ustedes atención al prólogo que abre esta novela (cuyo título original, Back to blood, se ajusta bastante mejor a la propuesta de Wolfe): la lucha por una plaza en el aparcamiento del bar de moda Balzac's (¡oh!) como metáfora del nuevo equilibrio de poder que vive la ciudad de Miami, ese lugar que "no es América" porque en él los wasp son minoría, y donde la raza (esa blood del título) delimita fidelidades o ansiedades tan incorruptibles como las provocadas por el dinero, el poder o el sexo. ¿No desprende ese recurso, dos mujeres frente a un sólo hueco vacío para sus coches, cierto aroma a cliché? Lo mismo ocurre con buena parte de lo que nos cuenta Wolfe, demasiado alejado del objeto tratado (La Ciudad, ya saben), tal vez demasiado pendiente de demostrar que sigue aquí y nada se le escapa. Cuando aparecen en escena Youtube o el iPhone5 o Pitbull (a fin de cuentas, Facebook anda lleno de chistes sobre Pitbull, ¿no? Bueno, tal vez ya hace un tiempo de eso...), la impresión es de subrayado excesivo, un poco como si alguien nos describiera pedagógicamente nuestra relación con el oxígeno. Y respondo al lector más suspicaz: sí, yo también me he preguntado si no me estaré dejando llevar por el prejuicio de la edad de Wolfe, si no oculto un condescendiente "está mayor" apriorístico. Quiero creer que no. En todo caso admito que, si se animan a comprobarlo por su cuenta, desde luego no se van a aburrir.

Porque el gran capitán de la prosa "más viva de la época" (bueeeeno...) no parece dispuesto a reservar ni un solo cartucho de su prestigioso arsenal: onomatopeyas, ruidos, diálogos y pasajes salpicados por gotitas de reflexiones internas de los personajes, algún juego tipográfico, cajcajcaj y ¡HUYHUY!, mayúsculas y minúsculas, lengua (y lenguas) de la calle... En fin, viveza. Y humor satírico, francamente eficaz, a cuenta del desconcierto del periodismo, de las "residencias para adultos activos jubilados", de la gelatinosa condición física de los blancos o de las consecuencias del consumo desenfrenado de pornografía (prepucio pustuloso incluido). Hay, incluso, una idea poderosa sobre la ciudad de Miami; no menos sabida que poderosa, es cierto, pero que logra ejercer su función de aglutinante: "todos odian a todos", tal vez porque entre todos sus habitantes, inmigrantes o no, el único consenso establecido es que todos tienen derecho a disputar su parte del pastel. Lástima que la estructura narrativa, aunque correcta, presente algunas limitaciones y no poca paja.

Me interesa el inesperado protagonista del libro, ese policía Néstor Camacho, exhibicionista de gimnasio, cubano que ya no es cubano, "expulsado" de su propia comunidad por haber propiciado, sin querer, la deportación de un disidente castrista. Puede que haya (voluntad de) sarcasmo y ferocidad en Bloody Miami, pero también algo ligeramente parecido al heroísmo, a una solidez moral antigua y decidida. Y la aporta este hortera, perfectamente arquetípico y nada impresionante en lo que se refiere a la profundidad de su retrato, pero sí carismático, casi reconfortante, un fenotipo antiguo embutido en camisetas dos tallas menores. En cuanto a las aproximaciones wolfeanas al mundo del arte o del periodismo, suenan muy epigonales respecto del propio autor, y no demasiado urgentes. Claro que sólo el propio Wolfe se impone la tarea de resultar un autor urgente a los 80 años: probablemente, para muchos lectores será suficiente con que siga siendo él.

El secreto del traje blanco

Resulta imposible imaginar a Wolfe sin su traje blanco, que durante años le sirvió "como substituto de una personalidad", sobre todo cuando estaba comenzado como reportero en Nueva York. Tras publicar su primer libro, le hicieron una entrevista y resaltaron el color del traje. Hoy no intenta pasar inadvertido "porque no me sale. Si estoy trabajando suelo usar un blazer azul". Pero en público jamás abandona el blanco, aunque "muchas veces cuando voy a un restaurante se me acercan personas y me preguntan si hay mesas disponibles".