Image: Niños en el tiempo

Image: Niños en el tiempo

Novela

Niños en el tiempo

Ricardo Menendez Salmón

10 enero, 2014 01:00

Ricardo Menendez Salmón. Foto: David S. Bustamante

Seix Barral. Barcelona, 2014. 224 pp. 17'50 e. Ebook: 9'99 e.

La obra de Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) provoca disparidad de opiniones entre los lectores pero unanimidad entusiasta de la crítica. Este tipo de desajustes son, supongo, los que provocan suspicacias hacia la segunda; no tanto respecto de cada uno de los críticos en particular (a fin de cuentas, hay motivos razonables para desear que la obra de RMS sea sólida, o para creer que lo es) como del debate literario en nuestro país. Por mi parte, he leído todo lo que Seix-Barral ha editado de él, porque lo que suele llamarse su "proyecto narrativo" me parece no ya interesante, sino reconfortante; pero las ambiciones hay que materializarlas, y creo que a veces (no siempre) su talento tropieza precisamente allí donde exhibe su valentía: por ejemplo, a menudo el diálogo que intenta mantener con sus modelos se ha convertido involuntariamente en mímesis; en la relación entre narración, metáfora e idea, esta última ha adquirido una función de exoesqueleto artificioso que constriñe el conjunto; y sobre todo, RMS sale, con determinación y asumiendo riesgos, a la caza de un gran estilo, pero a menudo ha vuelto con una retórica bajo el brazo, como si la imaginación estilística de Pierre Michon fuera llevada al territorio mucho menos exacto de la fantasía.

También es cierto que sus primeros títulos y la estridentemente bautizada Trilogía del Mal han dado paso desde 2010 a tres obras muy superiores, empezando por La luz es más antigua que el amor, una novela que me gustó de verdad. Después de Medusa, libro tal vez epigonal pero cuya fórmula de falsa biografía-ensayo le sienta estupendamente a un autor que es un magnífico lector y crítico, nos llega ahora Niños en el tiempo, y las constantes de su literatura siguen aquí aunque advirtamos variaciones sustanciales. Retomamos, pues, la pregunta sobre la relación entre lenguaje y realidad, escritura y vida, arte y tiempo (o sea, muerte); afrontamos el Horror, aunque adopte formas más íntimas y, digamos, orgánicas que las reflexiones en torno a la Historia de su obra anterior; y se aborda la "voluntad de perdurar" y de hacer perdurar, en la escritura o en el trabajo de un artesano. También confirmamos que el autor insiste en renunciar a un solo gramo de humor o levedad, aunque fuera en los sentidos que les daban, respectivamente, Bernhard o Italo Calvino. No sé si posicionarse contra la ironía posmoderna, lo que está muy bien, exige tanta solemnidad.

Niños en el tiempo arranca con la muerte de un hijo y el desmoronamiento familiar que conlleva esa tragedia. Los padres 'huérfanos' son otra constante del asturiano, que aquí propicia alguna imagen memorable ("al pronunciar la palabra hijo, su rostro cambió como cuando se pasa una mano por delante de una vela") y otras más rutinarias, con posibles reminiscencias coetzeeanas. La estructura en tres partes de la novela encierra sorpresas: el tercer segmento, el que menos me interesa, parece restañar las heridas abiertas a lo largo del libro mientras se alude a Grecia y el lenguaje, un clásico de facultad de filosofía o de novela de DeLillo; pero el segundo, a ratos bellísimo, es una recreación de la infancia de Jesús. Y ahí sí que RMS logra pasajes emocionantes, muy valientes, pictóricos, luminosos. El autor funciona mucho mejor cuando su narrativa se confunde con la glosa de otras obras, reales o imaginadas; y recrear a Jesús es glosar una larga tradición, aunque su influencia sea tanta que esa tradición se confunda con el aire que respiramos.

Como en una genealogía michoniana (aludo por segunda vez al francés, no por capricho ni porque esa conexión sea un descubrimiento mío, que no lo es, sino porque el mismo RMS rescata y amplía aquí, de su prólogo a Mitologías de invierno, el oxímoron "sol negro" para referirse a la escritura), la novela le regala una infancia sin mito ni símbolo a un hombre que dos mil años de tradición han convertido en símbolo por excelencia: es el trayecto de un significado a otro pasando por un despojamiento radical. Sin provocaciones estériles, con delicadeza. Jesús como el hombre que no vio el mar, como el niño bautizado por una criatura quebradiza. "La infancia dura poco, pero dura siempre", escribe RMS, y el lector le cree.

Probablemente sobrevivan, aquí y allá, aspectos que me siguen pareciendo desajustados, algo forzados. Sin embargo, este es un libro más transparente y desnudo que los anteriores, que reafirma una esperanza fundada en el amor, y en sus mejores momentos me emociona genuinamente.