Hermanos de sangre
Ernst Haffner
20 febrero, 2015 01:00Ernst Haffner
Los milagros son infrecuentes, pero a veces se producen de la forma más inesperada. Peter Graf, editor alemán, rescató del olvido en 2013 una novela extraordinaria que narraba la peripecia de una pandilla de jóvenes atrapados por la miseria en el Berlín de los años 30. Se conocen muy pocos datos sobre el autor, salvo que era periodista y asistente social. Entre 1925 y 1933, vivió en la ciudad que contemplaría el ascenso y la caída de Hitler. Publicada en 1932 con el título Juventud en la carretera a Berlín, los nazis prohibieron la obra apenas subieron al poder y ordenaron que se arrojara al fuego, con otros libros supuestamente indeseables.Cuando Graf publicó la novela, el periódico Bild hizo un llamamiento público para localizar al autor o a sus familiares. Nadie contestó. ¿Cómo murió Haffner o acaso aún vive, con un siglo a sus espaldas y la memoria afectada por el Alzheimer? ¿Tal vez perdió la vida en un campo de concentración o bajo las bombas aliadas? ¿Era judío? Solo cabe especular y esperar. Quizás más adelante aparezcan documentos que permitan recrear su historia, parcial o totalmente. De momento, hemos de celebrar la recuperación del texto, con una escalofriante actualidad en una Europa hundida en una inacabable crisis política, económica y social, donde comunismo y fascismo han regresado, con su agresiva retórica y sus promesas demagógicas.
"Hermanos de sangre" es el nombre de un grupo de niños y adolescentes que se enfrentan a una sociedad estragada por el paro y las desigualdades. La mayoría ha huido de hogares desestructurados, orfanatos o correccionales. No conocen otra familia que la camaradería surgida al calor de la pobreza. No son grandes criminales, sino rateros de poca monta, que cometen pequeños hurtos o se prostituyen. Duermen en inmundas pensiones o deambulan por las calles, esperando que los bares y las bibliotecas públicas abran sus puertas. Sus armas son la violencia y la astucia. Las leyes no se preocupan de su bienestar, sino de mantenerlos bajo control y castigar sus infracciones, con una desproporcionada severidad. Gracias a la amistad, algunos hallarán las fuerzas necesarias para desempeñar un trabajo miserable y sobrevivir con escasos recursos. Es el caso de Willi y Ludwig, pero se trata de raros e infrecuentes ejemplos, pues la mayoría se deslizará por la pendiente de la marginalidad, perpetrando fechorías cada vez más graves. En esas circunstancias, no hay espacio para la compasión. Cuando los "Hermanos de sangre" capturan a un delator, lo azotan sin piedad. Es inevitable pensar en los campos de concentración, donde se azotaba con brutalidad a los que infringían las normas. Igualmente, los correccionales descritos por Haffner ("cualquier asomo de individualidad es cruelmente aniquilado"), prefiguran los barracones de Auschwitz, con sus temibles kapos. Kertész ya denunció que incluso los colegios de la época, con su estricto sentido de la disciplina, ya albergaban la semilla del totalitarismo y su furor exterminador.
Hermanos de sangre nos recuerda que "el huevo de la serpiente" se incuba en sociedades clamorosamente injustas, donde se somete y humilla a los ciudadanos, hasta transformarlos en "hombre[s] sin espina dorsal, con naturaleza de siervo[s]". Esa forma de actuar sólo despierta odio y resentimiento. Por eso, los bajos fondos de la Alexanderplatz son la mejor escuela para los nuevos bárbaros. Muchos pandilleros se alistarán a las SA o a las Juventudes Hitlerianas, donde podrán liberar su rabia. De hecho, Hitler vivió en Berlín como un vagabundo. Hermanos de sangre es una lección formal y moral. Prosa limpia y eficaz, personajes creíbles, un gran sentido narrativo. La traducción de Fernando Aramburu nos hace olvidar desde la primera línea que leemos una admirable versión en castellano y no el original. Ernst Haffner nos deja una advertencia: no puede haber democracia sin equidad; no es suficiente la caridad, hace falta justicia. La Europa de nuestros días podría despeñarse otra vez por el abismo totalitario. La pobreza y la marginación se convierten en ira, cuando no existe la expectativa de un cambio real. En este paisaje desolador, ¿dónde está la ternura? Según Haffner, en el corazón de las almas sencillas, como la buena mujer que ayuda a Willi y Ludwig en su lucha por no volver a las calles. La historia y la literatura nos enseñan una y otra vez que el bien siempre brota de lo pequeño y humilde.