Image: La muñeca de Kokoschka

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Novela

La muñeca de Kokoschka

Afonso Cruz

20 marzo, 2015 01:00

Afonso Cruz

Traducción de Teresa Matarranz Rayo Verde. Barcelona, 2015. 304 páginas, 20€

Con gran acierto, el crítico Pedro Miguel Silva ha comparado La muñeca de Kokoschka con las muñecas matrioskas rusas. Como es obvio, ya existe un parecido fonético en lo que bien podría ser un juego de los que le gustan a su autor (Afonso Cruz, Figueira da Foz, 1971), aunque lo más significativo es que en ambos casos se trata de recipientes, es decir, que en su interior guardan otras muñecas y otras obras, como también sucede en los espejos paralelos. La muñeca de Kokoschka es, de hecho, un libro de libros en el que el escritor se muestra especialmente polifacético. El texto está acompañado de ilustraciones y fotografías referidas a la historia.

Pero además, es una novela de novelas, no solo porque la que el lector tiene en sus manos contiene una narración cuyo título es La muñeca de Kokoschka escrita por Mathias Popa, personaje de la obra compuesta por Afonso Cruz; sino porque, asimismo, las historias se entremezclan y los protagonistas parecen vivir vidas a un tiempo reales y ficcionales, lo cual es posible en el libro de Cruz donde aprendemos que nuestras vidas imitan al arte y que el mundo está hecho de ángulos superpuestos.

En La muñeca de Kokoschka se cuentan varias historias que a su vez derivan en otras para terminar encontrándose en una especie de círculo perfecto (o casi), que es cerrado como la vida y su complementario, la muerte. A tales extravagancias ya nos tenía acostumbrados su autor, que también lo es de la estupenda Jesucristo bebía cerveza (2012), texto posterior en el que consigue depurar técnica e historia para quedarse solo con su esqueleto.

La muñeca de Kokoschka, además, le debe mucho a la música. Sobre el tema recurrente de la guerra, que funciona como un bajo continuo de tesitura grave, Cruz consigue dibujar las vidas de personajes que sobreviven a pesar de todo. Algunos como Anne Vogel lo consiguen hasta en su apariencia ("tenía un aspecto muy dulce, como si las guerras no existieran"). También le debe mucho a la literatura (a Kafka, a Thomas Mann, a la Biblia, a la novela negra), a la pintura (el título hace referencia al pintor Oskar Kokoschka, cuyo amor loco por Alma Mahler se recrea en el texto), al jazz en la figura de Django Reinhardt y a la filosofía (resulta muy plástica la explicación de la anamnesis platónica, pero también se cita a Cioran o a Nietzsche). Finalmente, y a modo de contrapunto, la obra filtra una aceptación naif de la realidad y ofrece una mirada moral ante la vida.