La regla del oro
Juana Salabert
29 mayo, 2015 02:00Juana Salabert. Foto: Ángel Díaz
La regla del oro es la primera incursión de Juana Salabert en la novela negra, un paso atrevido, por lo que supone cambiar de registro y de tono, aunque ya adelantamos que sale bien parada, que su personalidad literaria y su compromiso con la realidad social y humana (ahí está el ensayo Hijas de la ira, 2005) se mantienen como sólidos contrafuertes sobre los que se erige una intriga policial que nace de la rabia frente a la situación política y social desatada en España, en 2012, cuando el dinero, "o su falta", se convirtió en la regla que sigue justificando toda clase de desmanes. Y nace también de la idea de que es preciso desentrañar este presente turbio y sombrío que sirve en bandeja la realidad negra que registra su propuesta. Es, por tanto, ficción con marcado componente testimonial, porque la crónica alcanza la complejidad de las ambiciones y de las relaciones humanas, el lado oscuro de algunas vidas y la pericia de sortear adversidades que conforman personalidades inescrutables.La del inspector Jorge Alarde, protagonista de esta trama policial, es uno de los aciertos de la autora. El caso que le tiene absorbido se presenta como un "amasijo de piezas" que tardan en encajar: tres asesinatos en menos de un trimestre, el último un hombre apodado "Cabezudo", un usurero prestamista, un "comprooro" igual que los anteriores, enriquecidos con la crisis, solo que este combina ese negocio "atesorando secretos con los que luego chantajea a sus víctimas". Los sospechosos son muchos y la cadena de tejemanejes, reveladora de la codicia imperante, impulsora de acciones secundarias: fortuna evadida a paraísos fiscales, herencia arrebatada, trama montada como la de un supuesto asesino en guerra y cruzada contra los "comprooro". Una trama policíaca realista, bien urdida, ambientada en el Madrid más actual, y abrigada con un universo humano rico y variado, lo que permite extender el pretexto de la investigación a otras realidades de la contundencia con la que se impone la "regla del oro" en nuestros días.
Pero es sobre todo la novela de una narradora exigente, fiel a su admirada Ana María Matute, a quien rinde homenaje, y afanada en la construcción de universos que se reconocen deudores de los clásicos (Dickens, Maupassant, Galdós…). Merece alguna objeción la tendencia heredera del naturalismo francés al maniqueísmo de algunos tipos , en contraposición al franco reconocimiento que merece este inspector a quien deseamos que se le prolongue la vida en sucesivas historias.