Llegaron
Fernando Vallejo
6 noviembre, 2015 01:00Fernando Vallejo. Foto: Alejandra López
Un libro de Fernando Vallejo (Medellín, 1942): sabemos de qué estamos hablando. El estilo de Vallejo, sus estallidos dialécticos, su sarcasmo, esa velocidad ligera y coqueta con la que ejerce la memoria y la reacción frente a la historia y la política de Colombia, frente a las clases sociales y la estupidez. Vallejo como talento de la prosa vituperante, feliz de escupir con ferocidad a una realidad feroz, y luego que el lector haga sus apuestas: si eso es añadir fuego al fuego, si es una evacuación gratuita e histriónica, o si no hay más camino ante la identidad colombiana que convertirse en gran exageración y ciscarse en su madre (en el caso de Vallejo, literalmente). La discusión es pertinente, pero ese estilo es conocido y cada lengua, cada país, deberían tener un odiador de guardia, un Bernhard, un antimoderno.¿Pero es Vallejo un Bernhard para el idioma castellano, ese que, si algún día fue hermoso, "lo volvieron otra alcantarilla"? Repasemos: el nuevo libro de este colombiano que vive en México es una vuelta de tuerca a su tendencia memorialista (si es que hay alguna intención de hacer hablar a la memoria cuando la prosa dispara de un modo tan arbitrario y saltarín, tan excesivo), y enfoca su infancia, la de uno de los muchos nietos de una familia rica-pobre a las afueras de Medellín cuando Medellín era pequeño y menos tiroteado. Entre el "¡Llegaron!" y el "¡Se fueron!" que abren y cierran el volumen, Vallejo sobrevuela el mundo desde un avión, tomando un whisky acompañado de un psiquiatra, una idea bastante gamberra para burlarse de su propio personaje (sin dejar de afianzarse en él) y de quienes lo califican de engreído, endiosado, prepotente. Y llegan los recuerdos de familia, brutales a veces, tiernos en ocasiones y a menudo todo a un tiempo, como en esa anécdota genial de Lía, la anciana que se perfuma y le pide a su hijo que la mate porque "me quiero morir como estoy ahora: contenta, dichosa".
Pero la familia y la literatura son estupendos divisaderos para hablar de casi todo, por ejemplo de: los académicos de la lengua, Octavio Paz, la cópula heterosexual ("en el capítulo de las desviaciones más monstruosas de la naturaleza"), la maldad congénita de los pobres (¿ya dijimos que Vallejo es azufre?), el Papa de Roma, las monjitas lesbianas... Todo mal, por supuesto. Pero sobre todo, Colombia, Colombia, Colombia, patria infecta como todas, a la que tanto quiere el narrador "que quiero que se acabe para que no sufra". Con facilidad descoyuntada y un poco diva, ¡Llegaron! va dando cuenta de todas estas cuestiones, y se apoya en otros hallazgos brillantes, como ese "Libro de los muertos" en el que se registran los nombres de todos aquellos a quienes el narrador conoció y murieron.
Es indiscutible que Vallejo maneja el sarcasmo y los registros más burlones del estilo con brillantez: si a uno le gusta leer, sólo puede divertirse con gran parte de lo que aquí se cuenta o se derriba. No me parece pertinente esa queja habitual sobre la repetición temática y estilística de Vallejo en sus libros: ni es tan cierto, ni pasa nada por ello. Tampoco me parece que su obra exija una réplica ideológica con gestos de indignación, entre otras razones porque ello implicaría una lectura francamente ingenua de sus diatribas contra la igualdad social, la democracia o la patria. Por lo demás, es oportuno preguntarse si el libro molesta al lector, que siempre es hipócrita en un asunto u otro: si lo hace, ese lector tiene un problema; pero si no lo hace, cabe la posibilidad de que el problema lo tenga la obra.
¡Llegaron! me ha divertido mucho, pero apenas me ha molestado. Lo más hermoso en él es el ritmo enérgico de sus demoliciones, una afirmación de plenitud frente a la decadencia de la vejez. ¿Es un Bernhard para nuestro idioma? En él están el humor, el ácido y la añoranza del paraíso; a partir de ahí, discutamos sobre la amplitud de su onda expansiva.