Image: Nemo

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Novela

Nemo

Gonzalo Hidalgo Bayal

22 enero, 2016 01:00

Gonzalo Hidalgo Bayal. Foto: Tusquets

Tusquets. Barcelona, 2015. 288 páginas, 18€. Ebook: 9'99€

Un hombre llega a un pueblo aislado: su condición especial consiste en que ha decidido permanecer en absoluto silencio. Su llegada ha sido anunciada, y será el escribano del pueblo quien narre la mezcla de crueldad, mimetismo, admiración e iluminación que provocará ese mutismo. El recién llegado es nombrado Nemo, cualquier intento de comunicarse con sus allegados por parte de sus nuevos vecinos conduce a un solar vacío, y su destino es el de todos, pasando por un llanto final "heroico y boreal", "melancólico". Esto es lo que cuenta Gonzalo Hidalgo Bayal (Higuera de Albalat, 1950) en su nueva novela, Nemo; o mejor, este es el esqueleto narrativo mínimo que luego su prosa va cargando de resonancias proféticas, paradójicas, sígnicas...

Porque todo significa en este libro, todo tiene avidez de significar: los nombres de personajes y espacios (el Anillo, esa plaza del pueblo cuyo origen se encuentra en el margen dudoso entre el mito y la historia, la metáfora y la etimología), las erratas del escribano, el propio oficio del narrador, el silencio, la desnudez... El mismo espacio, en su conjunto, ya presenta una voluntad de abstracción, algo que subraya la indeterminación del plano temporal: estamos en un mundo sin última tecnología, que se insinúa antiguo puesto que se comunica con el exterior mediante "telegramas". Se cuelan alusiones históricas a la dictadura, pero sin que permitan anclar el texto en una cronología fiable. Por otra parte, se dibuja un paralelismo ambiguo, puesto que Nemo ha decidido no hablar y el escribano ha decidido no comunicar lo que escribe: "nadie leerá nunca estos apuntes (es decisión firme y secreta)". Y hay, también, una constante de fondo, la vinculación de tragedia y ridículo: uno precede a la otra.

Es cierto, como suele establecer la crítica, que la literatura de Hidalgo Bayal puede remitir a Samuel Beckett (aquí no puede ser más claro, tanto en la sensación difusa de expectativa como en la reflexión constante acerca de la agonía del lenguaje) o a Franz Kafka (igualmente obvio en este caso, dada su querencia por la parábola casi talmúdica, que deja algunos excursos narrativos que se agradecen: la Princesa secuestrada, el hombre humillado por sus amigos, el predicador locuaz, etc.). Luego, su prosa se puebla de alusiones bíblicas, populares, machadianas, shakesperianas (sin que se rediman de cierto aroma a cliché, ni siquiera al ser subvertidas)... La mejor paradoja del libro es la que reformula la idea de "voz clamando en el desierto": "su voz [la de Nemo] es el silencio. Y su silencio y su presencia son clamor. Siempre a la imaginación, concluyo, le corresponde una verdad".

Nemo es un libro en el que abundan los pasajes inteligentes, y es evidente la coherencia de la propuesta, por sí misma y frente a la obra previa del autor (hasta donde uno la conoce, Paradoja del interventor como punto más alto). Sin embargo, me suscita una nota negativa y un debate. La nota es que contiene algunos pasajes demasiado monocordes y alargados (no en comparación con narrativas más ágiles, sino respecto de lo que esta misma narrativa aspira a ser).

Y luego, está el debate: ¿cómo leer Nemo, cómo entender su propuesta de estilo, sus juegos cultistas pero también su uso de adjetivos como "señero", de fórmulas como "artilugios audiovisuales de sin par tecnología", "austero y legítimo campeador", "oposición bravía", "congratulación", "parabienes", etc...? En este mismo suplemento, a cuentas de El espíritu áspero, Ricardo Senabre habló de escritura "de índole extremadamente culta", lo que es una virtud; pero a ratos uno se pregunta si no cae en lo libresco y retórico, que ya no lo son tanto.

En realidad, creo que Gonzalo Hidalgo Bayal practica una escritura que, o bien la juzgamos arcaica y por lo tanto magistral o no, pero a fin de cuentas anecdótica; o bien la consideramos, y usaré una expresión que Fernando R. de la Flor ha aplicado a otros autores, contra(post)-moderna. Es decir: periférica, en cierto modo provincial, aislada y refractaria a lo (post)moderno como el territorio indeterminado que funda, pero capaz de decir algo relevante, hoy, precisamente gracias a esa voluntad provincial y a su apelación a las "palabras antiguas". ¿Acierta la profecía de Nemo, su silencio tiene algo que decirnos, es verdad que el hombre ha vaciado, abolido, anulado el lenguaje? ¿Y Nemo, por su parte, logra rescatar alguna verdad gracias a su propuesta fuera de moda, pero también de la historia, de lo que no es moda sino renovación? Si he anunciado un debate, es porque no lo he resuelto, pero en todo caso creo que las preguntas pertinentes al leer este libro son esas.