Corazón amarillo, sangre azul
Eva Blanch
15 abril, 2016 02:00Eva Blanch
Comencemos con una acotación previa, necesaria para asistir a la escena que se representa en las páginas iniciales del libro: la acción se desarrolla en Barcelona (habrá tres cambios de escenario, la Casa, el Hospital y la Residencia), entre el 9 de septiembre de 2014 (Díada nacional de Cataluña) y el 11 de noviembre (convocatoria de Referéndum); los personajes se presentan tipificados (Emma Thomson, la Escritora, Héctor, el Hermano, Clara, la Cuñada y Ginebra, la hija de la Escritora) y estamos ante lo que parece un vodevil en tres actos (o seis, según se mire) sobre el que planea la tragedia, cuando la situación arranca en los siguientes términos. La Escritora llega a casa del Hermano, derrumbada sobre una silla de ruedas, acompañada de dos asistentas, maltrecha y sin dinero, y le anuncia: "como te puedes imaginar, he venido aquí para morir". Ya la conocen -excéntrica, indómita- y se someten con tristeza, escepticismo y resignación el proceso que la acción representa: el final de la vida de la escritora.Pero limitarnos a esta escenificación, a la que podemos asistir con mayor o menor distanciamiento, en función del grado de interés que el lector descubra en la personalidad que está tras cada uno de los personajes protagonistas (trasuntos de los más allegados a Esther Tusquets, la Escritora), sería dejar de lado la mayor complejidad y riqueza de este libro, que consiste en ir desnudando el proceso que lo hizo posible. Eva Blanch, (en realidad, la Cuñada) autora de este difícil reto narrativo, después de debutar en la novela con Esto no está pasando (2011), exhibe en él su desconcierto, tristeza y admiración ante la compleja y subyugadora personalidad de la escritora, el desgaste emocional al que sometió a los suyos, la impronta que dejó en quienes más la trataron y la trascendencia que tuvo entre los hombres y mujeres -poetas, arquitectos, cineastas, editores- que formaron la excepcional gauche divine, en los años 60 y primeros 70. La fórmula del distanciamiento dramático es eficaz, porque le permite desdramatizar situaciones y anécdotas desde las que poder intuir la dura realidad de la que están tomadas, pero necesitaba intercalar el relato de lo que iba descubriendo: tras la inmersión en los libros de la escritora, al recoger testimonios que sirvieran a su idea (reconocibles Ana Mª Moix, y Gimferrrer, entre otros), y al reflexionar sobre su propia posición frente al dibujo de esa personalidad en el que centra su historia.
En suma: mientras el modo narrativo le sirve para reconstruir (del presente al pasado) cómo se fue acercando a esa mujer a quien todos recuerdan de manera diferente, y deconstruir el proyecto de la creación del texto que busca, para ahuyentar la zozobra que su muerte le dejó, esquivando los límites de lo que pudo acabar en biografía, relato testimonial, texto dramático o ficción novelesca, el modo escénico le permite ilustrar el final callando, sin voz narrativa alguna, solo la presencia de lo esencial: personajes, gestos y acotaciones.
Cuando la autora, tras deambular insegura, toma esa dirección, y su poética sigue la recomendación de cuidar la "frontera esencial" entre lo real y lo inventado, fusionando la verdad de todo lo que importa (lo escuchado, leído, vivido, inventado), logra que el libro gane en verdad y en intensidad. La fórmula funciona y emociona. Le ayuda la extrañeza que desprende este verso tomado de un poema de Ana María Moix: "Corazón Amarillo Sangre Azul". Quizá no lo escribió pensando en ella, pero retrata (dice) a la perfección ese corazón extraño, caliente y frío, de una chica de casa bien tocada por el aliento de los dioses.