Image: Tonto de remate

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Novela

Tonto de remate

Richard Russo

16 diciembre, 2016 01:00

Richard Russo. Foto: Elena Seibert

Traducción de Enrique de Hériz. Navona. Barcelona, 2016. 494 páginas. 23'75€

Una de las lecturas de la reciente elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos tiene que ver con la ‘otra' realidad de Estados Unidos: la de los pueblos, las pequeñas comunidades que responden a valores singulares y que parecen seguir su propia dinámica ajena a la de las grandes ciudades como Los Ángeles, Chicago o Nueva York.

Pequeñas comunidades como el ficticio North Bath, el pueblo ideado por Richard Russo en Ni un pelo de tonto (1993, Nobody´s fool), un pueblo situado al norte de Nueva York donde la vida transcurre monótona, sin que nada aparentemente importante ocurra. La novela fue llevada a la pantalla por Robert Benton y protagonizada por Paul Newman en el papel del inefable Sully (con Bruce Willis y Melanie Griffith), personaje basado en el padre del novelista como él mismo ha reconocido.

Y a Sully volvemos a encontrar en este Tonto de remate (2016, Everybody´s fool), pero no como protagonista, pues ahora el peso de la acción lo lleva Douglas Raymer, a quien conocimos en la entrega anterior siendo agente de policía, pero que ahora, diez años más tarde (1984-1993) ha llegado a ser el jefe de la policía de North Bath. La referencia a Ni un pelo de tonto al hablar de Tonto de remate resulta obligada, a fin de cuentas los personajes se repiten. Un golpe de fortuna ha convertido a Sully en un hombre rico -su antigua maestra y posterior casera le ha dejado su casa en herencia y ha comenzado "el segundo acto de su vida" (249)-, pero a sus 70 años le han diagnosticado una dolencia cardíaca, continúa con sus problemas de rodilla y es probable que apenas le queden un par de años de vida. Las antiguas cuitas con su hijo y su nieto se han superado y el retrasado Rub no solo le venera, sino que está obsesionado por continuar siendo su mejor amigo. Pagado queda el necesario peaje.

La acción se inicia en un cementerio: están enterrando al juez Barron Flat y ya se adelanta que Douglas Raymer será el protagonista. No es solo su trabajo que "daba asco" -"en North Bath la mayor parte de los crímenes se resolvía sin necesidad de grandes esfuerzos detectivescos." (12)- lo que preocupa al jefe de policía, sino averiguar a qué garaje pertenece el mando a distancia que ha encontrado tras la accidental y absurda muerte de su esposa. El descubrimiento de tal dispositivo lleva a Raymer a pensar que su esposa mantenía una relación extramatrimonial y su intención es recorrer todo el municipio probando el mando en los distintos garajes para averiguar la identidad del amante de su esposa.

¿Pero qué ocurrirá cuando lo descubra? Raymer no se ha parado a pensar en ello. Durante los dos días en que transcurre la acción los acontecimientos que requieren la intervención policial son una profanación de tumbas, una serpiente que se ha escapado, los desperfectos de descargas eléctricas, y un edificio que ha colapsado. Además el despreciable Roy ha salido de prisión y ha regresado a North Barth. Nada que ver con lo que ocurre en la vecina Schuilers Springs, una población más cosmopolita y avanzada con su propia parada de tren y universidad.

Esta secuela me ha recordado poderosamente a El escándalo de los Wapshot (1964), de John Cheever, en la que el escritor continuaba explorando las posibilidades narrativas descubiertas en la previa La crónica de los Wapshot (1957). También Cheever diseccionaba la vida de un pueblo en clave satírica; ahora vemos cómo los comportamientos en esas comunidades apenas si han evolucionado. Pero también, como en Cheever, en Russo la comunidad es fundamentalmente el marco referencial. Son los personajes quienes verdaderamente atrapan nuestra atención.

Pudiera parecer que Sully, decidido y resuelto, poco o nada tiene que ver con Raymer, que "nunca estaba seguro siquiera de tener una opinión" (22). Sin embargo, cuando nos adentramos en sus auténticos valores y en su personalidad, observamos que ambos comparten el mismo espíritu rebelde, a veces apático, que conformará su salvación.