La muerte y la primavera
Merce Rodoreda
15 diciembre, 2017 01:00Merce Rodoreda
En la primera línea de La muerte y la primavera (uno de los libros más importantes de la literatura catalana e ibérica de la segunda mitad del siglo XX, si bien lo más exacto sería situarlo en un contexto europeo), un cuerpo se desnuda al pie de un árbol para entrar en el agua. Entonces, el narrador dice que le daba miedo "que el aire, al vaciarse del estorbo que era yo, se enfureciese".Y uno sospecha que ese arranque escrito por Mercè Rodoreda (Barcelona, 1908- Girona, 1983) libera gran parte de las fuerzas que se van a disputar el terrible territorio textual que es la novela, hecha de cuerpos mutilados o deseantes o ultrajados o indefensos; de elementos atmosféricos míticos y arquetípicos, pero extrañamente reinterpretados en claves que no logramos fijar del todo, porque el misterio de estas páginas es grande; una novela, en fin, atravesada por una historia de rebeldía que requiere decisiones radicales de su protagonista y, sin embargo, sólo puede conducir al desenlace que insinúa el binomio del título.
Con todo, hay varias formas de muerte en la vida y en las vidas imaginarias de los personajes que pueblan La muerte y la primavera: se puede morir a manos de los otros, a manos de uno mismo o a manos del Poder. Puede, incluso, morir quien encarna al Poder. Es más difícil suponer que alguna de esas formas de muerte garantice alguna de libertad o la reordenación del mundo. En todo caso, todas estas ideas se insinúan en el mismo momento de empezar a leer esta parábola de parábolas.
La historia del manuscrito de La muerte y la primavera, íntimamente enlazada a la vida de Mercè Rodoreda, es apasionante. Eduar- do Jordá la explica bien en su Posfacio: publicada por primera vez en 1986, por lo tanto a título póstumo, estamos ante una obra escrita mucho antes y que su autora dejó inacabada o, como matiza Jordá, "incompleta".
Sin embargo, su estructura es precisa hasta tal punto que los apéndices que incluye esta edición, formados por más de cien páginas de versiones alternativas, capítulos desechados o larvarios, etc., son innecesarios para recibir el impacto crudísimo del libro (aunque tienen enorme valor literario, e insinúan posibilidades fascinantes).
La novela transcurre en un tiempo y un espacio indeterminados, irreales; hay un pueblo y una orografía, y en ese territorio hay un señor cuya casa está en lo alto, y un río, y un hombre preso por decir lo que no debe decirse, y otros hombres con el rostro desfigurado que viven apartados del resto de la comunidad.
El protagonista seduce a su madrastra y tiene una hija que nace tocada por la imperfección física; el protagonista ha visto a su padre morir a manos de los otros, que no le han permitido morir sólo, que han querido rellenar su cuerpo de cemento. Sobre todo, en ese "otro lugar" que funda La muerte y la primavera, el deseo queda señalado como el gran enemigo social. Desear es constituir una amenaza, y se paga con dureza.
Jordá, que firma una traducción espléndida, ha tenido que enfrentarse a una prosa única, sin precedentes ni equivalencia inmediata: el catalán de Rodoreda fluye aquí excéntrico, una cuerda paralela a cualquier formulación literaria de la misma lengua. Sus repeticiones y fórmulas copulativas se sitúan entre la letanía y la memoria enajenada. "No hay palabras… Se tendrían que hacer", leemos hacia el final del libro.
La muerte y la primavera hace nuevas palabras con palabras antiguas, construye nuevos mitos indescifrables con viejos mitos que han fundado instituciones, tecnologías y guerras. Que esta materia textual logre fluir en castellano es extraordinario y una noticia importante.
Por último, y para situar al lector, recordemos que la crítica ha vinculado esta novela a Kafka, algo que se entiende (su negrura, su naturaleza parabólica...) pero es insuficiente. Las coordenadas para entender La muerte y la primavera están en ella misma, acaso también en la obra completa de Rodoreda, y desde luego en el propio carácter artístico de la autora, que aquí se vuelca por completo de un modo herido e hiriente. Traducir el mundo en otro mundo que es, al mismo tiempo, traducción del propio yo: esto es La muerte y la primavera, y por eso su lectura es desoladora e inolvidable.