Image: La peregrina

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Novela

La peregrina

Isabel San Sebastián

26 octubre, 2018 02:00

Isabel San Sebastián. Foto: Plaza & Janés

Plaza&Janés. Barcelona, 2018. 552 páginas, 22,90 €. Ebook 10,99 €

La voz de un personaje muy especial en la trayectoria narrativa de Isabel San Sebastián (Santiago de Chile, 1959) lo llena todo en esta última novela. Fue "la visigoda" que dio título a su primer relato histórico. Después vinieron otras (La mujer del diplomático, Lo último que verán tus ojos...) pero la pasión por la historia medieval vuelve encarnada en la voz y la mirada de una mujer, ya anciana, en el contexto histórico de la corte de Alfonso II (año 827), rigurosamente recreada. La ficción, en cambio, es "pura invención", como avisa la autora en las páginas que preceden a La peregrina, que no es otra que Alana de Ocaña, dama de la corte de Alfonso el Casto, curtida por mil azares desafortunados, y secretamente enamorada de su rey.

Alana es quien escribe los hechos extraordinarios narrados en esta novela itinerante, absorbente por la recreación rigurosa del primitivo Camino de Santiago, desde Oviedo a Gallaecia, y por el valor testimonial de modos, creencias y costumbres de entonces. Ella es quien advierte con cautela y en secreto (no debe exhibir conocimientos para no despertar recelo) de su afán por consignar todos los pormenores del viaje que emprendió el rey con su comitiva tras recibir el anuncio del obispo Teodomiro informando del hallazgo del sepulcro del Apóstol Santiago en Compostela. Tal nueva instó al rey a acudir a comprobarlo, aunque ninguna certeza la avalara. La propia Alana siembra su narración con dudas sobre ese anuncio que pone en marcha a la corte real hacia una travesía asaltada por conspiraciones.

Trece son los capítulos que la sostienen, como corresponde a la etapas de la peregrinación original, y tres las líneas de interés que alimentan la intriga. La primera la propicia la mirada de Alana humanizando a ese rey, atormentado por una culpa silenciosa, que ha convertido la castidad en emblema. Alana, intuitiva y adivinadora, le observa desde su posición y va consignando las señales de sus heridas íntimas hasta hallar la respuesta. Esa mirada no entra en discusión con el perfil documentado de ese rey de 62 años que aspiraba a salvaguardar su legado cultural, a restaurar el orden legal imperante en la nación visigoda y a convertir Ovetao en la primera sede episcopal de la nueva Hispania.

La segunda línea la ocupa la peregrinación como motivo central. Y en tercer lugar, la verdad sobre los motivos que llevaron a Alana a emprender un viaje extremadamente duro: la posibilidad de volver a ver a su hijo menor, Rodrigo, desde que seis años atrás se fuera como prelado del obispo a Iria Flavia. Ella enhebra la historia con temas que la humanizan entregando un gran relato, interesante, cuidado y entretenido. Y por si flaqueara el lector, advierte de que solo al final, en Gallaecia, están todas las respuestas.