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Novela

La chica

Edna O'brien cuenta en primera persona la historia de Maryam, una de las estudiantes secuestradas por Boko Haram en Nigeria

23 diciembre, 2019 08:14

Edna O’brien. Traducción de Ana Mata Buil. Lumen. Barcelona, 2019. 243 pp. 19,90 €. Ebook: 8,54 €

A lo largo de su dilatada carrera, Edna O’Brien (Tuamgraney, Irlanda, 1930) ha demostrado ser una escritora excepcionalmente valiente, decidida a contar la verdad, fiel solo a su memoria, su imaginación y su fe en el poder y la belleza del lenguaje. En sus novelas, relatos y obras de teatro ha sido una especie de provocadora accidental, aparentemente sorprendida cada vez que las verdades que ha contado han sido recibidas como una provocación.

En Irlanda, su país natal, su primera novela, Las chicas de campo (1960), no solo fue prohibida, sino quemada. La escritora fue criticada sin piedad por su retrato del deseo sexual femenino y de los problemas –la pobreza, el alcoholismo, la misoginia– que infestan las comunidades rurales como la que la vio crecer. La chica, su última obra de ficción, tiene que haber sido escrita en un estado de inocencia jubilosa o de indiferencia deliberada hacia el actual debate sobre si tenemos derecho a contar historias con quienes no compartimos nada –ni la raza, ni la nacionalidad, ni el origen social– aparte de nuestra común humanidad.

La chica está narrada en esa primera persona natural, falsamente improvisada y frecuentemente lírica que tan familiar resultará a los lectores de O’Brien. Sin embargo, en lo que parece un punto de partida radical, la voz es la de Maryam, una de las estudiantes secuestradas por Boko Haram en Nigeria. De hecho, la autora lleva un tiempo decidida a escribir sobre la violencia histórica. Su novela House of Splendid Isolation (1994), que trata del terrorismo del IRA, declara que “la historia está en todas partes, se filtra en el suelo y en el subsuelo como si fuese sangre”, y en Las sillitas rojas traslada el conflicto de Bosnia a un pueblo irlandés en la persona de un criminal de guerra huido que se hace pasar por sexólogo. En La chica se olvida por completo de Irlanda y se traslada al campamento en el que Maryam y sus compañeras de estudios permanecen en cautividad y son esclavizadas por los yihadistas que las secuestraron.

El dolor que provoca la lectura de La chica hace honor al talento de O’Brien, una escritora especialmente valiente

El relato empieza “aquella espantosa primera noche” en la que un grupo de enmascarados irrumpe en el dormitorio del instituto de las chicas haciéndose pasar por soldados llegados para protegerlas de los extremistas rebeldes. Pero resulta que los rebeldes son los propios intrusos, y al poco las chicas se encuentran en la parte trasera de un camión cruzando la selva a toda velocidad. Hacinadas en un campamento, son obligadas a realizar penosas tareas y agredidas repetidamente por hombres que utilizan la violación como una droga con la que se enardecen para la batalla. Las chicas solo pueden rezar para no quedarse embarazadas, rezar para que las rescaten y rezar para sobrevivir. Mientras tanto, hacen lo que pueden para preservar su dignidad y confortarse y consolarse mutuamente.

La suerte de Maryam, si es que se le puede llamar así, se acaba cuando la obligan a casarse con Mahmoud. Cuando este resulta herido en un ataque, pierde prestigio en la comunidad, y lo mismo le sucede a Maryam al dar a luz a una niña en vez de al esperado niño. Al final, la joven escapa, y con su bebé y una amiga tiene que abrirse paso a través de múltiples horrores. Gracias a la generosidad de unos nómadas y la compasión de un oficial del Ejército, por fin se reúne con su familia. Con ello debería haber llegado el feliz final de sus tribulaciones, pero una cosa es ser la víctima de una violación, y otra muy distinta ser la madre de la hija de un yihadista. Igual que la protagonista de Las sillitas rojas, Maryam es castigada por haber quedado embarazada del enemigo.

El dolor que provoca la lectura de La chica hace honor al talento literario de O’Brien, a su capacidad para habitar la mente de sus personajes y construir frases exquisitas. El lector siente una compasión profunda por Maryam. Mientras avanza con paso vacilante hacia un futuro mejor, la protagonista conoce a otras jóvenes con sus propias historias perturbadoras que ofrecen al lector una panorámica más amplia de los estragos causados por Boko Haram.

El día que terminé de leer La chica me dieron ganas de empezar Beneath the Tamarind Tree, en el que Isha Sesay cuenta su viaje para informar para la CNN sobre la liberación de varias chicas nigerianas secuestradas por Boko Haram. Leer un libro detrás del otro fue una lección sobre las posibilidades y los límites de la ficción y la no ficción.

No cabe duda de que ambos comparten algunos detalles decisivos. Las chicas advierten la presencia del peligro cuando oyen que los rebeldes gritan Al·lahu-àkbar, “Dios es el más grande”, y unas cuantas valientes saltan de los camiones y escapan durante el traslado. Pero si el libro de Sesay es menos lírico e interior que el de O’Brien, también es más complejo y rico en matices. Parece que no todas las jóvenes eran tan sumisas como Maryam.

Deberíamos elogiar a la autora por la maestría con que despierta la preocupación del lector por las víctimas

La no ficción permite unas exposiciones de los hechos que pueden parecer forzadas cuando aparecen en una novela disfrazadas de diálogo, como sucede con el pasaje en el que el oficial de O’Brien lee en voz alta la noticia de un periódico que dice: “En nuestro país, dos millones de personas han huido de sus hogares, hay 1,9 millones de desplazados, 5,2 millones carecen de alimentos y se calcula que 450.000 niños sufren desnutrición aguda”. Por otra parte, aunque algunas chicas nigerianas fuesen rechazadas por sus familias igual que le sucede a Maryam, el maltrato que recibe esta por parte de aquellos que se supone que la quieren resulta menos extraño en una novela de Edna O’Brien que la escena de júbilo del libro de Sesay cuando los padres se reúnen con sus hijas.

En una reseña de Beneath the Tamarind Tree le reprochaban a Sesay que hubiese transmitido al lector una imagen “insatisfactoria” y “superficial” de Boko Haram y las niñas secuestradas de Chibok. y las niñas secuestradas de Chibok. En realidad, la historia debería haber sido contada por una de las chicas de Chibok, sosteníael crítico, un libro que sería muy bien recibido.

Reconozcamos el mérito de O’Brien por su energía y su pasión, y por recordarnos que a cada minuto hay chicas que sufren maltrato y son explotadas con una crueldad y una maldad inconcebibles, y honremos el coraje que impulsó a esta octogenaria a viajar hasta Nigeria para escuchar las historias de la gente. Seguiremos esperando que la chica de Chibok escriba su libro, pero mientras tanto deberíamos elogiar a Edna O’Brien por la maestría con que logra despertar la preocupación del lector. Sin lugar a dudas, es mejor ser consciente del sufrimiento que los seres humanos se infligen mutuamente, tanto en el mundo como dentro de nuestras fronteras, que distraernos con los placeres de nuestras cómodas vidas y olvidarnos de los crímenes que se han cometido y se siguen cometiendo mientras esperamos que el testigo, el superviviente, la persona ideal, nos cuente la horrible verdad.

© The New York Times Book Review