Gabriela Adamesteanu. Foto: Salone internazionale del libro di Torino 2012.

Gabriela Adamesteanu. Foto: Salone internazionale del libro di Torino 2012.

Novela

'Fontana de Trevi', un retorno confesional y catártico a las cicatrices de la dictadura rumana

La escritora Gabriela Adamesteanu, autora de 'Vidas provisionales', ahonda de nuevo en los tiempos de la dictadura de Nicolae Ceausescu. 

22 mayo, 2024 02:01

Quien haya leído ya a la escritora rumana Gabriela Adamesteanu (Targu Ocna, 1942) se dará cuenta enseguida de lo familiares que le resultan estos personajes de Fontana di Trevi, pues no son otros que los de su anterior novela Vidas provisionales, aunque ahora contemplados y analizados tres décadas después, cuando ya no son los jóvenes que padecían la asfixiante dictadura de Ceausescu, sino mujeres y hombres que ya andan entre los sesenta y setenta años y que no dejan de darle vueltas a aquel pasado terrible que tanto los marcó.

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Gabriela Adamesteanu 

Traducción de Marian Ochoa. Acantilado, 2024. 434 páginas. 26€

En ambas obras la protagonista es Letitia, de joven aquella funcionaria que tenía un affaire clandestino y peligroso con su compañero de trabajo Sorin, mientras su marido, el profesor universitario Petru Arcan iba alcoholizándose, volviéndose violento y cayendo en desgracia en el aparato del Estado.

Ahora Letitia y Petru son ya un matrimonio anciano (él diez años mayor) y viven en su exilio francés de Neuvy, donde ella combina la escritura con su labor de fisioterapeuta en una clínica de rehabilitación. El regreso de la protagonista a Bucarest para un asunto de una complicada herencia familiar, hospedándose en casa de unos viejos amigos (Sultana y Aurelian, cuya hija vive en Estados Unidos), hace que retorne con fuerza la historia personal, las penurias pasadas, las traiciones, el recuerdo de las detenciones, delaciones, torturas, represiones y asesinato de estudiantes en la revolución del 89, los abortos clandestinos que tantas mujeres sufrieron… la conciencia de que incluso los mejores amigos (los que se quedaron y recibían bienintencionados regalos desde el “mundo libre” de Alemania o Francia) nunca lo fueron tanto, pues albergan demasiados rencores y envidias hacia los que abandonaron la locura de aquel proyecto de país y pudieron disfrutar de unas condiciones mejores de vida.

El regreso viene cargado o lastrado por “la memoria de la tierra” (así lo llama Petru). Rumania es “un país construido por imitación […] donde se aprenden desde niño lenguas extranjeras y a cambiar de opinión según les venga en gana” o “un país de ladrones” acostumbrado a que todo funcione por “contactos y enchufes”.

Se presenta como un territorio imposible, donde abunda “la mezquindad y la miseria”, el oportunismo, los cotilleos y los malos sentimientos, un espacio lleno de contradicciones ideológicas y de personajes que se reciclaron y adaptaron en los nuevos tiempos como demócratas pese a su oscuro pasado. La brutalidad y la violencia doméstica sufrida por las mujeres la ejemplifica la empleada de hogar Tincuta. “Nosotros, los rumanos, siempre queremos timar a alguien y al final nos timamos a nosotros mismos”, lamenta un personaje.

Adamesteanu conduce con maestría una narración donde lo cotidiano se despliega en la concatenación de diálogos naturales y creíbles


Adamesteanu conduce con maestría una narración donde lo cotidiano se despliega en la concatenación de descripciones y de diálogos naturales y creíbles. La vida y los miles de cambios acontecidos quedan plasmados en la alternancia de las conversaciones del antes y del ahora.

El texto puede leerse como una confesión personal, pero sobre todo como el ejercicio catártico de una protagonista que desea entenderse en cada una de las mujeres que ha sido desde aquellos tiempos irrespirables de férrea dictadura, en los que todos vigilaban a todos y tan fácil era quedar marcado en el dosier como un enemigo/a del Estado.

Muy presente está también el recuerdo de los que cayeron por el camino. Las nuevas generaciones, representadas por Claudia, hija de Sultana y Aurelian, ni se molestan ya en regresar del extranjero, ni siquiera para visitar a sus padres. Ella escapó a Budapest, a Roma, a Nueva York, mientras la madre comprende y justifica su prolongada ausencia: “tiene que recorrer el mundo, que ya nos tocó a nosotros vivir en una jaula”.