Artfóbia II
Guillem Cifré
22 mayo, 2008 02:00Concebidas en esa especie de estado de insomnio en el que Cifré ha sabido situarse desde que se convirtió en una referencia para las mentes más inquietas, a comienzos de los 80, este libro hace bueno aquel viejo aforismo de los pioneros surrealistas que decía "Cuenta a tus hijos tus sueños". Con la diferencia, eso sí, de que el mundo onírico que el autor nos plantea es lo suficientemente abierto y generoso para que esa combinación de elementos la pueda hacer suya cualquier lector.
Desde esa portada que nos enfrenta a aquel ojo del que Breton nos decía que existía en su estado primitivo, Cifré fija un lenguaje falsamente sintético para zarandear la conciencia del lector desde esa zona fronteriza en la que lo lógico y lo ilógico se tocan en más de un punto. Ya he dicho en alguna otra ocasión, sin embargo, que haríamos mal en leer su obra como fruto de una deuda exclusiva con el surrealismo ortodoxo. En él, a diferencia de otros creadores, no encontramos al rehén de un estilo, sino, como quería Artaud, "el grito de una mente que se vuelve sobre sí misma". Una sustantiva diferencia, que hace que me recuerde más a aquel OPS de finales del franquismo que se entregaba a una continua "limpieza de fondos", como él describía su tarea (sólo que, en el caso de Cifré, todo es menos tenebroso). El ciudadano común de Cifré no parece conformarse con la estrechez de miras a la que todos vamos siendo conducidos. Muy al contrario, hay en él una obsesión por defender un lenguaje que nos emancipe de las estrategias ilusionistas que nos proponen como la panacea que puede librarnos de la singularidad a la que esperan que renunciemos.
¿Cómo no suscribir lo que Micharmut dice en su prólogo cuando comenta que una viñeta de Cifré es un álbum entero y concentrado y que una tira suya es un montón de libros? Esa condición que hermana a ambos autores sólo se alcanza cuando la visión se ha entrenado para clavarse de un modo especial en todo lo que, real o imaginario, somos capaces de percibir sin contradicciones. O dicho de otro modo: sólo se consigue cuando logramos que nuestra percepción se desentienda de todo lo que pueda condicionarla para dejar de ser libre.