Tragados por el abismo. La historieta de aventuras en España
Pedro Porcel
21 enero, 2011 01:00Página de El Cachorro, de Iranzo
Tragados por el abismo es una apasionante historia de nuestros cuadernillos de aventuras desde sus orígenes, a comienzos del siglo XX, hasta sus postrimerías, a mediados de los años sesenta, en que los lectores empezaron a rechazar dicho formato. Hija del folletín decimonónico en lo narrativo, esta variante de literatura popular, cuyo formato parece que tuvo su origen en Italia, nació con el único afán de entretener a un público infantil y juvenil de diferentes clases sociales y demostró su rentabilidad durante varias décadas. Eludiendo la nostalgia, que tan a menudo puede cegar nuestro juicio crítico, Porcel examina todos aquellos personajes, mayores y menores, que produjeron decenas de sellos editoriales, entre los que, por la singularidad de su grafismo o la originalidad de su temática, el lector descubre algunas joyas, acentuadas por el impecable diseño de la obra realizado por Juan Bosch.
Frente a los que tratan de ningunear esa parte de la historia de nuestra historieta como un erial de mediocridad (los adalides de la hoy tan cacareada novela gráfica, a la cabeza), y, pese a reconocer que muchos de aquellos cuadernillos, como todas las obras que buscan un reconocimiento masivo, pecaban de todos los lugares comunes imaginables (uno de los rasgos distintivos de esas producciones es precisamente su iteración ad nauseam), es innegable el importante legado visual que nos han dejado autores como Ambrós, Iranzo, Giner, Bermejo, Pardo y tantos otros.
Qué duda cabe de que hubiésemos querido un mayor contexto de libertades para que, con el talento que poseían, nuestros creadores, nos confirieran un patrimonio como en el que en esos años labraron los franceses, los belgas, o los estadounidenses, por ejemplo, pero aquello es lo que tuvimos y sobre ello, mal que les pese a algunos, se asienta el cómic que hacemos hoy en día, aun cuando sólo sea por la huella que dejaron en nuestro inconsciente colectivo.
Impresos en un papel deleznable y con unas tintas pésimas, los cuadernillos evolucionaron formalmente a lo largo de su existencia, siempre al socaire de los tiempos y de los gustos, gustos que a menudo iban dictando otros medios de masas, como el cine. Pero, a partir de 1963, la censura, que, como recordaba hace poco en otro artículo, se ensañó con los tebeos, contribuyó decisivamente a apuntillar un modelo de tebeo que ya se perfilaba como inane y al que las grandes empresas comenzaban a dar la espalda. Sin embargo, el cuaderno de aventuras, del que Porcel dice que "puede considerarse como el último avatar de una forma de entender la narración, eslabón final de la tradición clásica en sus formas más sinceras", cumplió con creces su papel de divertimento barato y, con sus buenas dosis de melodrama y sobre todo de acción, fue el mejor exponente de esa necesidad de los lectores, que hoy manifiestan con la lectura de los best sellers literarios, de participar de unos relatos primarios marcados, aunque sea en forma degradada, por las convenciones que se adjudican a las viejas narraciones fundacionales: heroicidades, aventuras, o exotismo, entre otras.
El Guerrero del Antifaz, El Jinete Fantasma, El Hombre de Piedra, Inspector Dan, El Cachorro, El Capitán Trueno, El Jabato, Apache… y tantos otros personajes examinados por Porcel fueron títulos en los que un día, queramos o no admitirlo, nos reconocimos.