Image: Superhéroes ibéricos

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Novela gráfica

Superhéroes ibéricos

Pedro Porcel

3 abril, 2015 02:00

Mack-Wan, el hombre invencible, todo un antecedente de Spiderman

Ediciones de Ponent. Alicante, 2015. 312 páginas. 39€

Pedro Porcel (Valencia, 1959), en su momento coeditor de algunos excelentes álbumes en los años 80 del pasado siglo, es uno de los teóricos más solventes del universo del cómic español, de lo que dan buena fe anteriores trabajos como Clásicos en Jauja. La historia del tebeo valenciano o Tragados por el abismo. La historieta de Aventuras en España, y de los que no desmerece esta nueva entrega, tan enciclopédica como todas las suyas, sobre los superhéroes que, con más entusiasmo que grandeza resolutiva en la mayoría de las ocasiones, ha engendrado nuestra industria desde los tiempos en que el folletín era el paradigma de una subliteratura destinada al recreo de lectores poco exigentes.

Con el respeto que siempre le ha caracterizado hacia la cultura popular, al que no le resta un ápice su envidiable ironía, Porcel examina los personajes de unos creadores que desempeñaron su papel recreativo en una España subdesarrollada de la que, tanto en su ingenuidad como en su condición a menudo estrafalaria, fueron hijos, en abierta relación en sus orígenes con otros medios afines, como los seriales cinematográficos, atrayendo la atención sobre algunos de los arcaicos superhombres de este país donde, seguramente debido al peso de la Historia propia, hemos sido más dados a la heroicidad que a la superheroicidad.

Su análisis vuelve a conferir la importancia que tuvieron en este territorio de la acción sin límites y de lo bizarro a escritores como José María Canellas Casals (autor de folletines épicos como Los vampiros del aire o historietas como S), Rafael Molinero (el pulp Yuma, con ilustraciones de Jesús Blasco) o el maravilloso Guillermo López Hipkiss (El Encapuchado, con dibujos de Tomás Porto), al que debemos las estupendas traducciones de las aventuras del rebelde Guillermo de la autora Richmal Crompton, y a dibujantes como Josep Serra Massana (Bajo tierra con los monstruos de la destrucción o S, por ejemplo) o Miquel Ripoll (cuyo Águila Negra le avala como uno de los más solventes en esta construcción de protagonistas de pintoresca indumentaria).

Pero, para los menos familiarizados con los trabajos de Porcel, el gran descubrimiento serán, sin duda, los folletines Mack-Wan, El Hombre Invencible, escrito posiblemente por Canellas, y todo un antecedente gótico y primario de Spiderman, y El Hombre de las Dos Cabezas de Víctor Aguado, a cual de ellos más delirante, y, por descontado, el trabajo gráfico, tan ingenuo como rotundo, de Marc Farell, que también firmaba Kif, en cuyas manos estuvieron las imágenes de algunas de las cabeceras más heterodoxas (desde los mencionados Mack-Wan o Los vampiros del aire, hasta El Círculo Rojo, El Titán de los Mares o Khun Zivan, o historietas como La guerra futura o Nick, Pecho de Hierro), un creador que, por sí mismo, está demandando toda una investigación.

Ahora bien, de la misma manera que este volumen pone de manifiesto nuestra precariedad si la confrontamos con otros ámbitos de la cultura popular, como el estadounidense, viene a confirmar también que, en cambio, hemos sido maestros en la recreación o en la parodia, más o menos amable, de este género. Títulos como El Conejito Atómico de Ayné, Super Pumby de José Sanchís, ambos dirigidos a un público muy infantil, y, especialmente, el Superlópez de Jan, de cuyo humor afortunadamente aún podemos seguir disfrutando, ponen de manifiesto el talento de algunos de nuestros artesanos para esta mímesis tan lograda como personal. Todo ello, claro, sin olvidarnos de Alfonso Figueras que, con sus Aspirino y Colodión y Topolino demostró que había sabido escarbar en las fuentes más espurias y modestas para extraer de todas ellas los tesoros que a veces contienen y transformarlos en savia permanente de regocijo.

Pedro Porcel vuelve, así, a evidenciar que buena parte de la memoria de lo que fuimos se encuentra en unos materiales modestos, en gran parte estrambóticos, y en ocasiones incluso apócrifos, a los que él no cesa de interrogar para descubrírnoslos y también para que nos reconozcamos en ellos.