Cuentos y leyendas
Battaglia
9 febrero, 2018 01:00Y entre las recuperaciones que nos trajo el 2017, donde destacó el Mort Cinder de Oesterheld y Breccia (Ed. Astiberri), hubo alguna otra nada desdeñable como la que aquí comento, en la que se reunían trece relatos cortos adaptados al cómic por el dibujante Dino Battaglia (Venecia, 1923-Milán, 1983) con el auxilio de varios guionistas, en especial su esposa, Laura, por casarse con la cual renunció a marchar a Buenos Aires en 1948, cuando el editor César Civita lo tentó con un suculento contrato.
La editorial Ponent Mon, en cuyo catálogo encontramos a varios grandes (como Jijé, Hermann, Toppi, Micheluzzi, o Taniguchi, entre otros), hace justicia con esta obra a uno de los más diestros y elegantes creadores con que ha contado la historieta, y que comenzó a publicar en 1945, junto a sus amigos Hugo Pratt y Alberto Ongaro, bajo la influencia de los estadounidenses Alex Raymond, Hal Foster y Milton Caniff, en el último de los cuales halló sin duda las claves para acabar encontrando su estilo.
Tras una etapa inicial de idas y venidas por publicaciones italianas, argentinas e inglesas, su primer salto cualitativo empezó a producirse a principios de los años 60, cuando se vincula al mítico Corriere dei Piccoli, donde ilustraba (disciplina en la que sobresalió tanto o más que en el cómic) y hacía historietas, que, a mediados de la década, pudimos ir conociendo en España.
Pero fue a partir de 1968, gracias a la revista Linus, que respondía ya al ambiente de interés hacia el medio creado por compatriotas como Umberto Eco, cuando hallamos ya al mejor Battaglia, en posesión de una concepción del encuadre harto personal, muy en especial en el equilibrio entre los blancos y los negros, y en la recreación de atmósferas difuminadas, que entre nosotros entendió mejor que ningún otro el malogrado Ricard Castells (1955-2002).
Es cierto que siempre resultó más rotundo, dentro de su calculada levedad, cuando prescindió del color (busquen también Totentanz, en Ed. Astiberri), pero el auxilio del mismo, en el que era también capital la mano de su mujer, confería a sus trabajos un algo etéreo nada desdeñable. Como es cierto que la narratividad de la que hacía gala su amigo Pratt se veía a menudo un tanto refrenada por su tendencia a abordar cada una de las viñetas como una entidad autónoma del continuum habitual en este lenguaje.
A finales de los 70 y principios de los 80, gracias a la editorial Nueva Frontera fuimos estando al tanto de sus progresos, aunque nos faltaron algunas obras especialmente impecables (como Frate Francesco), tal vez porque algunos consideraron que era demasiado explícito el mensaje cristiano que anidaba en ellas, a contramano del espíritu de los nuevos tiempos. Y su temprana muerte, cuando acababa de iniciar una serie policiaca, L'ispettorre Coke, lo sumergió en el injusto olvido que conlleva la celeridad con que despedimos a la gente al margen de sus talentos, y en la que la historieta no se comporta de forma diferente a como lo hacen las otras artes, ya sean mayores o menores.
La adaptación de estas pequeñas historias de los Grimm, Andersen, Dickens, Wilde y otros, es en unos casos más afortunada que en otros, pero hay suficientes destellos de su buen hacer como para que las nuevas generaciones, curtidas muchas de ellas en el adanismo total, descubran la delicadeza extrema con que Battaglia acometía esos relatos ajenos hasta hacerlos suyos. Ah, lean el excelente estudio introductorio de José E. Martínez.