Albert Uderzo, un renovador del cómic europeo
El crítico e historietista Felipe Hernández Cava recorre la dilatada carrera del creador de Astérix y explora las claves de su trabajo: la animación de Disney, la comicidad visual de las películas de Stan Laurel y Oliver Hardy, y la ironía, con varios niveles de lectura, de Kurtzman
24 marzo, 2020 17:25Nos llega la noticia de que hace unas horas ha fallecido Albert Uderzo (Fismes, 1927-París, 2020), e inmediatamente pensamos en su gran creación como dibujante: Astérix, junto con Tintín, el otro personaje más popular del cómic europeo. Dicen que ha sido a causa de una crisis cardiaca, y no del coronavirus, que le sorprendió en su casa de Neuilly-sur-Seine, a no muchos metros de la sede de la editorial Dargaud, que fue la encargada de lanzar, en 1959, una revista que pudiera competir con las muy populares publicaciones belgas Tintin y Spirou.
Uderzo era hijo de unos emigrantes italianos, a los que les costó siete años conseguir la nacionalidad francesa, y empezó a ganarse la vida como dibujante profesional desde los trece. Era un admirador, sobre todo, del Mickey Mouse de Walt Disney, que leía en las páginas de Le Petit Parisien, y esa impronta estética la conservó de por vida como una de las identidades principales de su estilo.
Hablamos, pues, de un dibujante con mucho rodaje a sus espaldas cuando en 1951 se cruza con el gran guionista René Goscinny (1926-1977), que, tras haber vivido en Estados Unidos, había regresado a Francia deslumbrado por el humor para adultos del que en aquel país se valía Harvey Kurtzman, que en 1952 lanza al mercado la mejor revista de humor norteamericana de todos los tiempos: Mad.
El flechazo entre uno y otro les convierte enseguida en un tándem que tan pronto aborda una sección sobre urbanidad para la revista femenina Bonnes Soirées como una serie de historietas: Jehan Pistolet, Luc Junior, Benjamin et Benjamine, Bill Blanchart, u Oumpah-Pah, nacida pensando en el mercado americano, que encontraría, sin embargo, su acomodo en las páginas de Tintin, y en la que ya se prefiguran algunas de las claves tácitas en las que está fundado su entendimiento: la animación de Disney, la comicidad visual de las películas de Stan Laurel y Oliver Hardy, y la ironía, con varios niveles de lectura, de Kurtzman.
De manera que, cuando nace Pilote, un 29 de octubre de 1959, Uderzo y Goscinny nos regalan las aventuras de Astérix, ese pequeño y aguerrido galo, con rasgos de “el típico hombre de la campiña francesa”, y de su amigo Obélix, repartidor de menhires, glotón y amante del jabalí asado, cuya fuerza es descomunal desde que se cayera de pequeño en la marmita en que el druida Panorámix prepara la poción mágica que les hace invencibles frente a esas legiones romanas de Julio César que han conquistado el resto de la Galia. Y en ese mismo número de Pilote, con guion de Jean Michel Charlier, Uderzo dibuja, con una estética más realista, la aventuras de los pilotos Tanguy y Laverdure.
Debo reconocer que, cuando conocí esas historias por vez primera, gracias a la editorial Molino, tuve una dualidad de sentimientos: por un lado, admiraba la genialidad del guionista y la claridad del dibujante, pero, por otro, algo en mí rechazaba aquel chovinismo francés, que me recordaba a un pasaje en concreto de las memorias de De Gaulle sobre la resistencia de algunos galos o, ya puestos, a esa falta de pudor con que los grandes pensadores franceses reivindican la singularidad de su país (estoy pensando, por ejemplo, en aquel pasaje de las Memorias de ultratumba de Chateaubriand, en el que lo describe como “la nación más inteligente, más valerosa y más brillante de la tierra”). Y el propio Goscinny reconoció que siempre tuvo in mente el carácter combativo de los franceses frente a la culpa con que cargaban por su colaboracionismo con los invasores alemanes durante la II Guerra Mundial.
Cuando murió el guionista, Uderzo fundó su propia editorial, siguió con el personaje en solitario, vio abrirse el gran Parque Astérix en 1988 a las afueras de París, y, más tarde, lo puso en manos del dibujante Didier Conrad y el guionista Jean-Yves Ferri, que todavía lo mantienen con vida. Pero todos esos álbumes, pese a que gozan de ventas tan masivas como los anteriores, son ya pura y simple decadencia.