Poemas
BORIS PASTERNAK
10 mayo, 2000 02:00La de Víctor Toledo es una lectura transversal sobre lo que llama las imágenes pensantes de Pasternak, que explica la raíz filosófica de éste y que permite un interesante acercamiento a él. Algunos de sus textos coinciden con los que traduce Reina Palazón, aunque sus versiones difieren claramente: así, en el primer poema de Mi Hermana, la Vida, escrito en el verano de 1917 y que alude a un poema de Lermontov, que es casi un continuo intertexto a lo largo de la obra de Pasternak, Toledo traduce como "la espiga" lo que Reina Palazón interpreta como "el coloso". Lo que deja atónito no sé si al texto pero sí al lector, que ignora por cuál de ambos sentidos decidirse. Toledo, al no circunscribirse a un libro solo, ofrece una mayor amplitud de registros. Sin embargo, en "Jardín lloroso", deja sin traducir la última estrofa, aunque, en "Tema y variaciones", acierta en la condensación del verso, y en "Definición de la poesía" también. Los dos textos de Antonio Colinas -que enlazan con el que publicó en su libro El sentido primero de la palabra poética- tienen el mérito de incidir en el significado de la obra y de trazar una anatomía del espíritu de su autor: según Colinas, "la vida de un solo hombre es más fuerte que la de los sistemas políticos" por más que en su historia se produzca el inevitable cruce entre °lo terrible y lo provisional".
Reina Palazón se centra en un solo libro y asume todas sus dificultades y riesgos: opta por traducir manteniendo la rima -operación de la que no siempre sale triunfante- y no renuncia a reproducir la naturaleza fonética y simbólica de una palabra tan rica y tan compleja como la que informa la escritura de Borís Pasternak. Roman Jákobson describió lo que llama su "estilo esencialmente metonímico" y la morfología de su a veces oscura gramaticalidad. Reina Palazón no llega a tanto, pero su prólogo -como el de Toledoda una idea -me atrevería a decir que muy exacta- de su historia y de sus mecanismos: constituye, más que un ensayo, una maniobra de aproximación, que deja al aire la estructura del libro y de la lengua y que lo explica en su totalidad. Una cita de Voznesiensky funciona aquí a manera de prólogo, y unas notas a algunos de los poemas, una entrevista con su hijo Eugueni, una cronología de sus datos biográficos más relevantes y un apéndice con el texto ruso completan una edición en la que no todo es igual de valioso y en la que hay no pocos versos que tal vez convenga revisar. "Tristeza", "Mi hermana, la vida", "Espejo", "Balachov", "Estrellas de verano", "Lecciones de inglés", son los mejor vertidos. Sin embargo, sus mejores hallazgos no están en los poemas sino en los versos: en ese becqueriano -y albertiano- "huésped en la tristeza" de "La Suplente"; en adjetivos como "pretormentosa", o en secuencias como "el falso testimonio del amor". La ortografía no siempre se respeta y, en "Romanovka" (página 69) la palabra "pajares" debe ser sustituida por "almiares", que es un término más ajustado tanto a su sentido como a su representación. Las versiones de Toledo y de Reina son, las dos, obra de poetas, doblados de filólogos, en los que el conocimiento del ruso es paralelo y proporcional a su propio instinto creador.
Las de Hernández Busto, Víctor Gallego, Selma Ancira y Francisco Segovia tienen un punto de partida diferente: en La infancia de Liuvers el tono de la prosa de Pasternak se mantiene tanto en su exactitud como en su inseguridad; en El salvoconducto la traducción es tan precisa que da cuenta de todos los meandros de este texto mayor que sólo puede ser comparado con su lírica. El epílogo de Enrique VilaMatas -con el que no se puede sino coincidir- es una radiografía de la obra y la personalidad de Pasternak, al que critica el "excesivo peso lírico" de su primera prosa y en el que elogia más la singularidad que supone El salvoconducto que el melodrama que es El doctorZhivago. En éste Vila-Matas -como Nabokov y como cual \quiera que tenga uso de razóncensura el exceso de situaciones estereotipadas.
En cuanto a la poesía las versiones de Ancira y de Segovia superan -y con mucho- a las de Toledo y Reina Palazón: mantienen la rima con más brillante resultado y reproducen o recrean algo similar a la emoción: poemas como "Marzo", "Noche Blanca", "Declaración", "El viento", "La boda", "Otoño" -con su "Dejé que mi familia se alejara. / Los amigos partieron hace tiempo. / En la naturaleza y en mi alma / la soledad extiende su gobierno"- la primera estrofa de "Agosto", las últimas de "Encuentro" y de "Separación" y el coloquialismo de "El alba" constituyen versiones excelentes, dignas de figurar en un manual. Pasternak empieza a tener entre nosotros cierta suerte: la tuvo también antes, cuando Vicente Gaos casi por vez primera lo vertió. Pasternak es un símbolo de muy distintas cosas: entre ellas, del kantiano que, como Ortega en Marburgo, nunca dejó de ser. Se ve en él la huella de Rilke, de Scriabin y de Tolstoi, amigos los tres de su padre y a los que desde niño trató; pero se ve también la influencia de la poesía rusa del Siglo XIX y, sobre todo, la del neokantianismo de Cohen y de Natorp, con quienes estudió. Pasternak es la música de la inteligencia, pero también su exactitud dramática.
EL VIENTO
Yo he muerto, pero tú aún respiras.
Y el viento, con su queja desdichada
desde las lejanías infinitas
hace temblar al bosque y a la dacha.
No sacude los pinos uno a uno
sino que los agita a todos juntos
como si fuesen cascos de veleros
meciéndose en los muelles de algún puerto
Y no lo hace por simple atrevimiento
sino porque desea encontrar dentro
de la tristeza las palabras justas
que necesita tu canción de cuna.