Ensayo general (1966-2000)
Francisca Aguirre
6 septiembre, 2000 02:00Una obra completa es la prueba de fuego de un poeta. En este Ensayo general, Francisca Aguirre no quiere deslumbrar, quiere emocionar
El primer libro de Francisca Aguirre, ítaca (1972), utiliza en su primera parte, como correlato objetivo, una historia mítica, ya algo tópica, la de Ulises y Penélope. Se trata quizá de un contagio de la estética novísima, entonces todavía en su apogeo, que condenaba el confesionalismo autobiográfico. En la segunda parte la referencia al mito se reduce al título, "El desván de Penélope", porque los poemas están ya por lo general puestos en boca de una primera persona que se identifica con la autora. "Paisajes de papel", con su prosaico comienzo, con su proximidad a la falacia patética, resulta muy significativo: "Aquella infancia fue más bien triste./ Ser niño en el cuarenta y dos parecía imposible".
Muchos poemas de Francisca Aguirre, niña de la guerra, hija de perdedores, evocan una difícil circunstancia biográfica, y pueden ser puestos en relación con la poesía de Carlos Sahagún y otros poetas de su generación. Son textos conmovedores, pero a algunos lectores nos da la impresión de que más por lo que cuentan que por cómo lo cuentan; la autobiografía en ellos predomina a veces sobre poesía.
Es lo que quizá ocurre con "La infancia continúa subiendo la escalera", título de una de las secciones de Los trescientos escalones (1977), su segundo libro: "Cuando mataron a mi padre/ nos quedamos en esa zona de vacío/ que va de la vida a la muerte,/ dentro de esa burbuja última que lanzan los ahogados,/ como si todo el aire del mundo se hubiese agotado de pronto". Pero ese tono no es el único en la poesía de F. Aguirre. Hay también en ella un continuo homenaje a la poesía y a la música, al arte que hace habitable la vida. "Homenaje" se titulan los dos poemas que inician Los trescientos escalones, dedicados, sin mencionarlos, a los dos poetas que gozan de la mayor devoción de la autora: César Vallejo y Machado.
Todo un libro, el que cierra esta recopilación, Los maestros cantores, inédito hasta la fecha, dedica a glosar, con admirativo fervor, a los escritores que ama, casi todos poetas. Por esas páginas en prosa cruzan, mencionados o sólo aludidos, para dejar al lector el placer del descubrimiento, Quevedo y Lope, Kafka y Hülderlin, entre otros muchos, sin que falten los inevitables, Vallejo y Machado.
Algo de ejercicio tiene el libro que da título al conjunto, Ensayo general (1996), en cuya primera parte monologan en prosa los personajes de una tragedia griega (Casandra, la troyana, Cronos) y también quienes van a interpretarlos; y en la segunda se nos ofrecen 32 sonetos que aspiran al quevedesco empaque, aunque en ocasiones se queden en un algo retórico y mecánico tremendismo.
Los dos mejores libros de Aguirre son La otra música (1978) y Pavana del desasosiego (1999), especialmente este último, un coro de monólogos alucinados. No menos autobiográfico que sus otros libros, en él la anécdota se difumina en el ritmo, la realidad parece reducirse a humo y música.
Una obra completa es la prueba de fuego de un poeta. La poesía junta deja siempre en evidencia lo que en un autor hay de truco literario, de caduca moda, y lo que hay de verdad. En este Ensayo general nos muestra sus limitaciones: no quiere deslumbrar, quiere emocionar, y a veces amamos más al personaje que admiramos al poeta. Pero no siempre. En ocasiones la autora cambia la voz y lo que escuchamos no es ya, aunque siga siéndolo, el testimonio de una mujer que viene de un tiempo sombrío, sino unas palabras verdaderas que son de todos y de nadie, que iluminan el lado oscuro, de tan claro, de la realidad.