Image: La palabra destino

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Poesía

La palabra destino

Rafaél Pérez Estrada

6 junio, 2001 02:00

Ed. J. C. Mestre y M. á. Muñoz. Hiperión, 2001. 248 páginas, 1.500 pesetas

No escapan al tópico sus nuevos editores, en un prólogo breve y quizá involuntariamente cómico: "la elongación de su obra respecto a su sujeto ético carece de distanciamiento", escriben. Copio una frase completa, que puede servir de ejemplo de la peculiar sintaxis de los prologuistas, reflejo de un razonamiento no menos peculiar: "Rafael escribe contra la historia concebida como una sucesión de fragmentos épicos y, actualizando el pasado, asume la responsabilidad revolucionaria de nombrar lo proscrito, la necesidad de un cambio de sentido en la apreciación dialéctica de lo histórico bajo cuyo juicio el hombre, víctima en los ásperos límites del discurso único, se rebela contra la utilización presente de la tradición para juzgar la historia; crear desobediencia frente a la convención académica aceptada como única valoración social".

Antología vagamente temática, los textos del escritor se agrupan en tres partes: "Crónica del mar" ("o la fundación del mar como paisaje del imaginario crítico"), "Apócrifos del sueño" ("la condición órfica de su experiencia visionaria") y "Palabras civiles" ("o el gnosticismo ético de su discurso propositivo"). En cada una de las partes, los textos seleccionados se disponen sin tener en cuenta el orden cronológico, dada "la concepción que el propio autor tenía del carácter ahistórico de la producción literaria".

Sin embargo, a pesar de esa concepción, Pérez Estrada dividió su obra en dos etapas: la que se inicia en 1968 con la publicación de Valle de los galanes, en la que predomina el teatro y la narrativa de vanguardia, y la que comienza en 1985 con Libro de horas, la única que consideraba válida. En una de sus últimas entrevistas, incluida en El levitador y su vértigo (1999), declara: "Era como si hasta entonces hubiera estado metido en un cuarto oscuro y de pronto todo se me impregnara de luz, de inmediatez, de ritmo, de emoción, de ciertas añoranzas y melancolías. éste fue un punto decisivo". Y cuando el entrevistador le pregunta si eso le lleva "a descalificar" todo lo hecho antes de 1985, responde: "Totalmente. Siento vergöenza. Y si lo releyera me aburriría".
Incluso llegó a querer prescindir de los primeros libros en los recuentos bibliográficos: "Por expreso deseo de Rafael Pérez Estrada -leemos en El levitador...-, su bibliografía se presenta a partir de 1985, fecha de la publicación de Libro de horas. Los antólogos de La palabra destino, sin embargo, no dudan en incluir textos procedentes del libro Informe, de 1972. Bien es cierto que tratan de disimular ese incumplimiento de los deseos del poeta señalando su procedencia con unas sigilosas siglas (OC) que no se aclaran en la escueta bibliografía.
Pérez Estrada fue un maestro del texto breve, a medio camino entre el aforismo y el apólogo, el cuento mínimo y el poema en prosa. Su imaginación incansable, bulímica, hiperactiva, deslumbra y fatiga al lector: conviene leerlo a pequeños sorbos. Buena parte de su obra recuerda a Borges, a Perucho, a álvaro Cunqueiro; como ellos, usó y abusó de la erudición apócrifa, saqueó los bestiarios medievales, los tratados de botánica ocultista, de teología herética. Uno de sus libros, Breviario, lleva el subtítulo de "Homenaje a Ramón Gómez de la Serna", otro escritor deslavazado y arbitrario, monótono y genial, repetitivo y ocurrente. Algunas de las más hermosas greguerías las escribió Pérez Estrada y no Ramón: "La lágrima está formada de dolor y nube", "El ahogado es un espantapeces". Curiosamente, acaso lo que menos interesa del gran poeta que es Pérez Estrada resulta su obra en verso: carecía del sentido del ritmo que añade significados inéditos a las palabras; sus poemas versificados parecen en ocasiones prosa sin peinar.

Desigual, subversivo, preciosista, irónico, algo previsible a veces, refinado y elemental, coleccionista de ingenuidades y perversidades, Pérez Estrada es un escritor que cansa pronto, pero al que se vuelve siempre: en sus páginas hace gimnasia la imaginación, los ojos aprenden a mirar.