La intimidad de la serpiente
Luis García Montero
27 febrero, 2003 01:00Luis García Montero. Foto: M.R.
Engañosa resulta la poesía de García Montero, como este nuevo libro suyo demuestra cumplidamente. Sus detractores, y algunos de sus partidarios, se han quedado en la superficie: poesía urbana, cotidianidad, coloquialismo, bares y calles, suburbio y compromiso.Pero todo eso se encuentra sólo en la superficie. Es símbolo de otra cosa, objetivación de estados de la conciencia. Leamos, por ejemplo, "Hojas verdes", donde "un día de abril", una emocionante fecha histórica, tiene "techos altos y paredes blancas", "balcones azules frente al azul del mar", "hiedra en la tapia,/de un verde joven, casi húmedo,/igual que la pintura de las vigas". Poesía de la meditación la de García Montero, poesía filosófica, en el sentido que se daba a esa palabra en el siglo XVIII, heredera, en los poemas de más largo aliento, de Jovellanos y de Meléndez Valdés, poesía moral que trata de reconstruir la intimidad y las perplejidades de un ciudadano, de "un hombre como hay muchos", no de un súbdito ni de un semidiós.
Engañoso el realismo de esta poesía, muy deudora del surrealismo, llena de imágenes irracionales, aunque a menudo enmascaradas por un léxico cotidiano. El hermetismo se encuentra no sólo en los dos intermedios de esas peculiares canciones de García Montero, nada popularistas, que continúan la línea iniciada en Las flores del frío, sino también en los poemas más extensos sobre los límites de la poesía, los "cambios de piel" del sujeto lírico o las asechanzas de la historia. "Cuarentena", la obertura del libro, sitúa el momento de la escritura: llegado a la madurez, el poeta vuelve la vista atrás y dialoga con el joven que fue y que le pide cuentas desde una vieja fotografía. El tema del doble se entrecruza con el de la derrota de las utópicas ilusiones. La lección de Gil de Biedma resulta bien presente: "No escandalices más,/hablemos si tú quieres,/ elige tú las armas y el paisaje/de la conversación,/y espera a que se vayan/ los invitados a la cena fría/de mis cuarenta años". Un arte poética encontramos en "Los conflictos del vocabulario": la poesía es una conversación porque el hombre es eso, un diálogo con los demás y consigo mismo, "palabras con instinto de ciudad". "Domicilio particular" utiliza con acierto la técnica del engaño-desengaño estudiada por Bousoño: el poeta parece que nos habla de la mujer que le espera en casa tras la jornada de trabajo, pero en realidad nos habla de otra cosa que se revela en el último verso.
"Cambios de piel" es el título de la parte central del libro, la más extensa, la que justifica el título. Hay en ella poemas ambiciosos, como "El jardín de la serpiente", donde se entremezclan mito, autobiografía y crítica social. Pero quizá resulten preferibles poemas aparentemente menores, como "Realismo", un homenaje a Galdós y a la magia de la literatura que convierte la realidad en fábula, la fábula en realidad.
Con "Pequeñas elegías infinitas" concluye el volumen. La memoria personal y la memoria histórica se entrecruzan en los tres primeros poemas. Como en El jardín extranjero, el recuerdo de una postguerra no vivida directamente por el poeta, vivida sólo en las palabras de los mayores, vuelve a aparecer en el verso: "Era el año mil novecientos cuarenta,/y llegó como siempre, con doce campanadas,/aunque un viento de hambre y de banderas/ya le había pedido/la documentación". Un monólogo dramático, "Las confesiones de don Quijote", culmina el libro (el último poema tiene otro tono y parece un prescindible epílogo); se encuentra a la altura de "El insomnio de Jovellanos", de Habitaciones separadas, uno de los más recordados poemas de García Montero. Con la máscara de un personaje histórico o literario, la meditación del poeta, sus reflexiones, las ilusiones y la rebeldía, parecen objetivarse mejor.
García Montero, a quien el azar, el talento y, sobre todo, un puñado de apasionados detractores, han convertido en el emblema de la poesía de los 80, es algo más que un polémico jefe de escuela. Conoce bien sus maestros, sabe ir más allá. Como Unamuno, pero de otra manera, es capaz de sentir el pensamiento, de pensar el sentimiento.
[Las confesiones de Don Quijote
Casi nadie me llama por mi nombre,
vulgar y cotidiano como la rebeldía.
Prefieren otorgarme
la nobleza ridícula que yo mismo elegí,
el título de un pobre caballero,
de una triste ilusión,
y me recuerdan hoy
por el delirio de mis noches,
alunado, valiente
en la cabalgadura de los sueños
al confundir gigantes y molinos.
No les resulta fácil
convivir con el nombre de las cosas.
El dolor y el desvelo
convierten los rebaños en batallas,
las cuevas en enigmas
y la fealdad inhóspita en belleza [...]
Luis García Montero]