La "antipoesía" de Angela Marinescu, una voz arisca, feroz y vulnerable
- 'Me como los versos' recoge una muestra de los últimos veintiún años de producción de la escritora rumana.
- Más información: Ana Blandiana, Premio Princesa de Asturias de las Letras: "En Rumanía los libros han sido vengados"
La poesía rumana contemporánea está muy presente en nuestras lecturas gracias al trabajo infatigable de traductoras como Viorica Patea y Natalia Carbajosa, Ioana Gruia y Corina Oproae, entre otras. No hablamos solo de un clásico moderno como Lucian Blaga, sino también de autores con obras plenamente consolidadas como Dinu Flamând, Magda Cârneci y Svetlana Cârstean, sin olvidar a la gran Ana Blandiana o la “poesía esencial” de Mircea Cartarescu.
Ahora le llega el turno a Angela Marinescu (1941-2023), de quien solo tenía vagas referencias (si bien no aparece incluida en Miniaturas de tiempos venideros, la antología de poesía rumana contemporánea que Catalina Iliescu preparó para Vaso Roto en 2013).
Me como los versos es una apuesta personal de su traductora, Corina Oproae –flamante ganadora del Premio Tusquets de Novela con La casa limón–, y recoge una muestra de los últimos veintiún años de producción de Marinescu: nueve libros, desde el torrencial Fugas posmodernas. Poemas cada vez más inexactos (2000) al más comedido –pero igualmente implacable– Los pájaros en el cielo gritan (2021). Casi nada sabemos del trayecto que lleva a ese año 2000, año cero de este libro, salvo lo que Oproae menciona en su prólogo.
Estamos ante una escritora “que convierte grandes dosis de sufrimiento vital y de dolor en poesía […], no desde una postura de heroicidad o con una actitud de mártir, sino desde la autenticidad y la naturalidad de la vivencia”. La poeta lo resume en dos breves frases (“No he luchado. Tan solo he vivido”) sobre las que planea el imperativo de Rilke: “Sobreponerse es todo”. Por el camino, varias enfermedades”, una tuberculosis que duró catorce años y la extirpación del pecho izquierdo a causa de un cáncer.
Me como los versos se nutre de estos padecimientos, sin duda, pero los lleva a otro lugar, los eleva, convirtiéndolos en flujo sanguíneo de una escritura caudalosa, desbordante, que se nutre de una constante agresividad con el mundo y consigo misma. En realidad, estos nueve libros y los poemas que los integran parecen configurar un solo texto, un continuum que Marinescu secciona a voluntad.
Podrían leerse como un largo poema reiterativo que vuelve en espiral sobre un puñado de obsesiones que no logra resolver y que guardan, por ello, todo su potencial de disrupción: la sexualidad, desde luego, pero también lo escatológico, la ambivalencia genérica y la invocación de un otro-yo masculino que expresa un “yo traumatizado por la masculinidad” (“cuando escribo soy un hombre que reina como una mujer”).
Su forma peculiar de antipoesía participa por igual de la exaltación y el despojo
Y todo pasado por el filtro de un espíritu provocador, que parte del expresionismo para dibujar un paisaje emocional casi gore, lleno de imágenes chocantes y obscenas, en las que el cuerpo es el protagonista: “con la cabeza enrojecida en el fuego trabajo ahora la sombra, / como si fuera un jardín. / en vez de pechos tengo dos testículos que cuelgan y / me falta muy poco para llegar al otro lado”.
El cuerpo dialoga una y otra vez con el afuera, con el cielo y la tierra y la ciudad y los elementos que la componen; también con los elementos tradicionales del orden cristiano (ángeles, cruces, templos), que subvierte con saña casi extática.
Marinescu definió su propia escritura como “subpoesía”: “yo hago subtexto, subliteratura, subdisidencia… No creía que lo que hacía tuviera nombre”. Pero su forma peculiar de antipoesía participa por igual de la exaltación y el despojo. Arisca y doliente, feroz y vulnerable, Marinescu solo acepta “la escritura llevada al límite”. Y nos lleva hasta él.