El muro de Berlín
Joaquín Marco
11 diciembre, 2003 01:00Joaquín Marco. Foto: Domenec Umbert
Veinte años ha dejado pasar Joaquín Marco entre El significado de nuestro presente (1983) y El muro de Berlín, su séptima entrega, escrita entre 1983 y 1994 y de la que ya adelantaba veinte poemas en su antología Los virus de la memoria (1996).La calma editorial con que Marco se ha tomado este libro de despedidas reafirma elocuentemente -"también el silencio de los poetas significa"- el juego de distancias que relacionan en su obra al hombre y sus voces y la relativización forzosa de las articulaciones entre poesía y vida (véase "Cervantes reclama la poesía"), aunque también la íntima condición testimonial del ideal estético que sobrevive entre tanta tristeza acumulada: "Publicar un libro de poemas es siempre un acto de fe, por lo menos de fe en la palabra".
En el prólogo a El significado de nuestro presente -toda una poética este título- Marco señalaba: "observo a mi alrededor a algunos jóvenes desconcertados por elevar la voz y descubrir la belleza en la nadería de las vacuidades. Alejándose excesivamente de cuanto podría ser compromiso personal con la realidad se ha caído en el extremo de poetizar las nieblas mentales". La continuidad, y la actualidad, de aquel compromiso es la que orienta, desde otra hondura temporal, el amargo conocimiento que ponen ante el lector los poemas de El muro de Berlín, ya sugerido, entre los epígrafes iniciales, por el verso de Lope de Vega: "Dar la vida y el alma a un desengaño".
A lo largo del libro varios poemas reafirman la poética del autor: la fidelidad a la palabra ("La poesía es un juguete roto"), la necesidad de reconocerse entre la sinrazón colectiva y la desmemoria ("Por qué escribo"), la insuperable insatisfacción del escritor que en "En el poema" se extiende a la imposibilidad última de fijar la experiencia: "Los versos que nacen de una sombra/retornan a una sombra". Más allá del sarcasmo de que el objetivo de la literatura sea "disfrazar la vida, quedarse en las palabras", todos estos poemas son insistencias en el significado de lo vivido, que para poder decirse -y para poder desplegar la oscuridad de su desengaño desolado y sin apenas fisuras- exigen constantes cambios del artificio distanciador: desdoblamientos de voz, monólogo dramático, parodias verbales, retratos desdibujados, el recurrente simbolismo de un nocturno y solitario deambular urbano, los constantes quiebros de la ironía en dialéctica con las definiciones sentenciosas -"la vida es un frustrado viaje hacia las sombras./Sólo nos acompaña el deseo implacable"- y, por momentos, con la intensidad patética -limitada por la intertextualidad-, como en el breve y emocionante epitafio "La mujer fuerte": "[…] Yo velé su agonía y amé cuanto ella tuvo/de cruel soledad".
Con estremecedora lucidez Joaquín Marco recupera en este libro denso y desolado el tiempo sentimental de una infancia con fechas precisas y lo enfrenta al balance, privado y colectivo, del desengaño más profundo en el presente: vida e historia, retazos sentimentales ("Amor vence") y sátira social ("Bilingöismo"), la memoria y el envejecer, la inutilidad de la nostalgia: todo se sume en la "negra noche del alma" de un denso escenario interior en el que se ilumina, con un emocionado homenaje, el recorrido urbano por la Barcelona de su biografía, en "Nostalgia urbana", uno de los mejores poemas del libro, con "El engaño de la libertad", "En el fondo de tu pupila", "No habrá sorpresa ni engaño", "La encrucijada de la felicidad" y tantos otros.
Cuando se escriba mejor la historia de la poesía española del último medio siglo, a ver cómo se explica por qué Joaquín Marco (Barcelona, 1935) es como poeta un notorio ausente de la nómina generacional a la que pertenece. Hoy, ante un libro como El muro de Berlín, para mí el mejor de los suyos, el asunto resulta a la vez grotesco y trivial, como resultaría limitador adscribir a una tendencia determinada la escritura abierta de este poeta tan independiente como atento a las exigencias de su tiempo.