Flores del tiempo
Jesús Munárriz
15 julio, 2004 02:00Jesús Munárriz. Foto: Mercedes Rodríguez
De la variedad de registros que abarca la poesía de Jesús Munárriz son testimonio reciente sus últimos libros publicados: por un lado, Viento fresco (2000), un conjunto de poemas escritos en los años 70 en la órbita de Carriedo, Ory, Crespo o Martínez Sarrión.Por otra, Viva voz. Canciones (2002), nutrida muestra de los tiempos de Munárriz como cantautor, y Artes y oficios (2002), amplia galería de tipos que, entre la sátira y la metapoesía, actualiza la reflexión del poeta sobre su responsabilidad social y sobre la busca de la belleza como precaria defensa contra la caducidad.
Precisamente en la diversidad de temas, tonos y formas métricas encuentra Flores del tiempo su carácter unitario. Las seis partes en que se divide proponen al lector una mirada poliédrica que abarca la naturaleza, el arte, la poesía, la historia y la realidad contemporánea. En el vivir sensitivo, en el canto a lo elemental buscan conocimiento los poemas de la primera parte: el poeta "toma nota y admira" una lluvia que escampa, una casa de adobes, un atardecer segoviano, unas grullas... "todo es señal, todo se nos revela./Tratemos de entender". La oda deja paso al humor y a la sátira en la galería de personajes de la parte segunda, donde se suceden observaciones y homenajes literarios, sarcasmos políticos entre los que no se borra la memoria del dictador ("Por la gracia de Dios", "El ruso"), alguna anécdota ("Hiperión, buen caballo") y un poema en memoria de Javier Egea, "Cobardes y valientes", que es una reflexión sobre la espera.
Intimidad y metapoesía ocupan las partes centrales del libro. En los poemas elegíacos de la tercera, entre la ternura y la nostalgia, la memoria de lo vivido -una música, un sueño, unos objetos- acoge momentos diversos que indagan en la conciencia de un estar en el mundo que, siendo pérdida, desilusión, conciencia de la muerte, retiene también, frente al vacío, la afirmación vitalista de la primera parte: "La lucidez no es nada sin sonrisa". Así, es posible darle la vuelta a la conciencia de la disolución en la nada: "Mineral, vegetal, nuestro futuro/continuándonos,/nos desconocerá.//¿Qué sabrá el barro ese de cuando fue feliz?". El largo poema "A la manera persa" cierra esta parte con un plural homenaje literario -Jayyam, Catulo, Juan Ruiz, Rubén...- que es a la vez menosprecio de vanidades, incitación al goce y envío de amistad y amor en el centro del libro: "Las rosas son hermosas porque las ven tus ojos./Son hermosas las rosas porque van a morir". Más variados son los tonos de la parte cuarta sobre la poesía, donde nuevamente, frente al hermetismo y al esteticismo, Munárriz reafirma su poética de sentimiento y claridad: "emoción,/precisión,/oficio/y arte", de acorde entre lo oscuro, como la "música estrellada" del ruiseñor.
En simetría con la parte segunda, la quinta y más extensa agrupa paisajes de historia y cultura, vivas aún entre las reliquias verbales, entre las piedras de sus ruinas, en la memoria de los viajes, en la serie final de poemas porteños. Culmina el libro en la sexta parte con poemas mucho más ásperos sobre la realidad contemporánea: la violencia y el terror, el descrédito de las ideologías, los fantasmas de la dictadura, dos sextinas, "Sextina colombiana" y "Los peces en el río", como muestras añadidas de maestría técnica en las que se funde la estampa urbana con el testimonio social. Maestría y testimonio que encuentran algunos de sus mejores momentos en los dos poemas finales: "Malgré tout", sobria declaración moral de vitalismo resistente, y la emocionante y solidaria "Oración" atea por todos cuantos padecen el variado repertorio de sufrimientos de la historia contemporánea: "Esto pedimos no se sabe a quienes,/esto imploramos puede ser que a nadie,/nuestra oración como una flor se abre/de vida breve".