Orlando furioso
Ludovico Ariosto
28 julio, 2005 02:00Ariosto, Retrato del siglo XV
La fortuna del gran Ludovico Ariosto en España ha sido desigual, pero no extraña. Desigual en cuanto a las versiones de su Orlando furioso. De esta magna obra disponemos en español de la temprana y digna versión de Jerónimo de Urrea (1549, poco más de treinta años después de la primera edición italiana de 1516).Traducción, la de Urrea, con fortuna y muy propagada en aquellos años y de la que Clásicos Planeta nos ofreció una reedición en 1988, con el original fijado por Segre y las correcciones de Muñiz. Vinieron, tras la de Urrea, dos siglos de silencio, hasta que en 1883 el conde de Cheste nos ofreciera una nueva versión en verso. Más de un siglo después de ésta, la excelente versión, completa y modernizada, del poeta y profesor José María Micó acaba con esa desigual aproximación nuestra a la obra central de Ariosto, que se nos entrega en la bella colección que dirige Claudio Guillén.
Decía también que la obra de Ariosto no resulta extraña para nuestra cultura, sobre todo por la más que notable influencia que ejerció sobre nuestros clásicos (recordemos el bellísimo romance de Góngora "En un pastoral albergue", el de Angélica y Medoro), pero especialmente sobre Cervantes, al que influyó enormemente. La atmósfera de las octavas de Ariosto estaban hasta tal punto en el oído de Cervantes que resuenan en nuestras lecturas de los libros de éste. Algunas encendidas enumeraciones cervantinas en prosa (la tierra "es alegre, el cielo claro, el aire limpio, la luz serena"; o en verso ("Mar sesgo, viento largo, estrella clara"), nos llevan de golpe al ritmo del arranque veloz y entusiasmado del primer verso del Orlando furioso. Otras influencias de Ariosto, sobre Cervantes en particular y la literatura española en general, las subrayaron los hispanistas italianos (Bellini, Bertini, Macri, Segre) y, entre nosotros, especialmente, Martín de Riquer.
Una obra en verso de estas dimensiones -cerca de cinco mil octavas- exige no sólo un buen conocimiento de ambas lenguas, sino también la sensibilidad de un poeta. En Micó se reúnen estas dos condiciones previas y otras, como la de su conocimiento de nuestros clásicos (Góngora en particular). Micó ya había abordado la poesía de Ariosto en otro momento y con fortuna. Me refiero a su versión de las siete Sátiras del poeta italiano (Península, 1999); obra que fue también fruto de aquellos primeros años del siglo XVI, de gran ebullición creadora y de tensión vital para Ariosto.
El Orlando furioso y la Commedia de Dante son las dos magnas obras de la literatura italiana. Libro de libros, la obra de Ariosto sorprende al lector por su fuerza, por su riqueza imaginativa y por el magma de personajes y de circunstancias que en ella se mueven sin aparente coordinación, pero a la vez brillante y engañosamente entramados. Esta obra -en el fondo cercana a lo dramático, y no a lo épico como frecuentemente se piensa-, comparte por igual el fragor de lo bélico y la delicadeza de lo amoroso, los dos grandes temas del libro. De un belicismo propio de las batallas entre cristianos y moros en tiempos de Carlomagno, pero también de esas otras batallas de amor, interminables y múltiples, que desencadena la bella y esquiva Angélica. ésta va rehuyendo pretendiente tras pretendiente (Orlando y Rinaldo, por supuesto, entre los más señalados del poema), hasta rendirse a Medoro, el más modesto de ellos. El estallido de la locura de Orlando (el furioso) en el canto XXVII es uno de los momentos culminantes de la obra, tras una sucesión de hechos desbordados "a galope tendido en los caprichos y descartes de la fantasía", precisa Micó.
Este poema de poemas se inserta en una tradición que arranca de la Iliada y de la Eneida (a Ariosto se le llamó el "Virgilio de Ferrara"), y es continuador del Orlando innamorato de Matteo Boiardo. Sus imitadores fueron muchos, comenzando por el Tasso de Il Rinaldo (que tan bellamente musicara Händel). La obra de Ariosto es plenamente autónoma, rotunda, inspirada y posee una gran unidad. Sus redondas octavas, la fluidez de los endecasílabos, proporcionan a esta obra su frescura y originalidad. Micó -en una labor que imaginamos lenta-, le proporciona al texto la modernidad exigida. Se torna así bueno el viejo tópico de que sólo un poeta puede salvar la poesía del texto. Y superar la rigidez de la forma, la cual obliga al traductor verdadero no sólo a cambios, renuncias y concesiones que deben ser muy sutiles, sino a poseer el don de una gran libertad de recreación y de un buen oído a fin de salvar la música y el espíritu del nuevo endecasílabo.