Poesía

Día tras día

Tomás Segovia

24 noviembre, 2005 01:00

Tomás Segovia. Foto: Mercedes Rodríguez

Pre-textos, 2005. 68 págs, 10 e. Recobrar el sentido. Trotta, 2005. 144 págs, 17 euros

Tiene razón Tomás Segovia (nacido en Valencia en 1927 y ya a los 10 años en exilio itinerante: Francia, Marruecos, y finalmente México, donde vivió hasta 1984) cuando afirma que es poeta mejor conocido en México que en España, donde nació y reside de nuevo, aunque nunca haya renunciado al país de acogida.

Porque Tomás Segovia no es tampoco, como apunta en algunos de sus ensayos, un escritor exiliado, pese a que buena parte de su vida haya transcurrido en los ambientes del republicanismo mexicano. Día tras día es un poemario que reúne su producción más reciente, a modo de dietario íntimo, aunque pocas veces autobiográfico. Segovia es poeta de una considerable obra publicada; uno de nuestro mejores líricos, que se va afinando y tornando esencial, casi juanramoniano también en este proyecto, a medida que gana en años y podamos advertir alguno de los rasgos de la poesía de la senectud que advirtiera en la generación del 27 Díez de Revenga.

Editor de su propia producción, que reparte por suscripción entre sus amigos, es poeta culto y cultivado, y excelente traductor. Su estética deriva aquí del simbolismo, pero, dominador del oficio, no hay en sus versos una palabra injustificada. Es poeta de excelente oficio y nada hay en sus versos que no sea fruto de la reflexión sobre un consciente quehacer y la consecuente forma de desarrollarlo.

Tomemos, por ejemplo, el inicio del poema "Matinal" (pág. 45): "En el parque que está desperezando/ Sus soñolientas ramas en la luz intocada/ Los pájaros no buscan todavía/ Ser palpitantes flechas/ Se arremolinan danzan se mecen deslumbrados". El poeta describe la primera luz del día, pero nos sitúa en un ambiente poéticamente ligado al Modernismo/Simbolismo: el jardín en el amanecer y los pájaros. El tema no deja de ser tradicional: su belleza formal es consecuencia de un adecuado uso de la imaginería. La desaparición de los signos de puntuación en todos los poemas del libro no puede producir confusión alguna al lector obligado a una única y posible lectura por el significado mismo: "Se arremolinan, danzan, se mecen deslumbrados". No hay otra. Su vitalismo puede recordarnos a Gil Albert, aunque aquí se perciba, además, ciertas dosis de melancolía en poemas como "Reverdecer" o "El añorante". Segovia se sitúa siempre entre un aquí y un "allá" geográfico y temporal y ambos le son propios.

Lo descubriremos de manera fehaciente en los ensayos reunidos en Recobrar el sentido. Divididos en cuatro partes ("El tiempo apalabrado", "Sentidos recobrados", "Lecturas" y "Acercamientos") todos los textos son posteriores a 2001. "Ninguno de los textos que forman este libro habla explícitamente de un tiempo apalabrado o de un sentido recobrado, pero en todos ellos está implicada una relación del tiempo con el sentido", explica al justificar la primera parte aunque, de hecho, lo haga del conjunto. Resulta, pues, una colección, que, pese a su diversidad, posee un sistema unitario de situarse frente a temas como la naturaleza misma del transtierro.

El primero de los ensayos (que reúne "Con los mejores deseos", "Después de Zambrano" y "Divino tesoro. Cernuda y sus muchachos") lleva por acertado título "Platón a la vista" y, en efecto, hay un común aliento platónico en los tres, pese a su diversa naturaleza. Cuando analiza las circunstancias de determinados escritores contemporáneos y huye de generalizaciones resulta aún más interesante. Por ejemplo, sus reflexiones sobre el significado del exilio, frente a la conspiración, cuando enfrenta las actitudes de Max Aub y Jorge Semprún. No podían faltar textos sobre Don Quijote o Villaurrutia. Cabe agradecer también sus "Reflexiones sobre el verso" que han de ser útiles no sólo a los críticos y poetas, sino a cualquier interesado por la poesía (de nuevo la falsa oposición entre la culta y la popular . Y no falta tampoco la breve y sentida nota sobre Gaya.

Los ensayos de Tomás Segovia, aunque en ocasiones se muevan entre oscuridades, deslumbran de pronto con las ideas, con transgresiones e indudables aciertos. Poco más puede pedirse a un ensayista que nunca abandona su condición de poeta en permanente ejercicio, más nuestro, de todos, que nunca.