Hasta mañana, mar
Francisco Diaz de Castro
19 enero, 2006 01:00Francisco Diaz de Castro. Foto: Almudena del Olmo
Con El mapa de los años (1995) o La canción del presente (1999), entre otros, Francisco Díaz de Castro (Valencia, 1947) ha ido construyendo una obra, ya iniciada hace casi veinticinco años, donde la presencia de lo inmediato se alía a la meditación, particularmente sobre el tiempo, escritura a la que no es ajeno, creo, el magisterio de Gil de Biedma, y que alcanza en este libro, Hasta mañana, mar, su plenitud reflexiva y poética.
Porque, en efecto, éste es el sentido del tiempo aquí: el tiempo vital. En consecuencia, los poemas se construyen a modo de anotaciones, con su algo de diario, que dejan constancia de lo que se va, o ha ido, viviendo, y así se dice: "lo vivido se deshace / en cenizas de palabras", esto es, de lo que se hace el poema es de la vida, si bien ese proceso conduce al fracaso, pues conlleva inevitablemente la destrucción. No hay, sin embargo, tal fracaso en este libro y no lo hay porque su decir sabe la imposibilidad de la empresa y esa conciencia, pletórica de gozo, otorga a la palabra poética su sentido preciso en esta paradoja.
Si se escribe de y desde la vida, el gran agente de esta escritura resultará ser la memoria, palabra reiteradamente repetida, también lo es recuerdo, como signo de que está en la clave de la concepción poética de Hasta mañana, mar. Una memoria que se desdobla, pues es tanto la mirada hacia el pasado que evoca instantes, personas, lugares, etc., como el hecho de que es la escritura, esas cenizas, lo que da fe de ello. Los poemas, entonces, parten siempre de una anécdota, que pudiera haber sido trivial, pero no lo será en ningún caso porque da siempre lugar a la meditación, al pensar qué es la vida, cómo se pasa, en fin, a la transitoriedad de la que se está hecho, lo que, por otra parte, establece una analogía con la idea de que la palabra es tan sólo un resto de lo que lo vivido fue. Esto, que pudiera haber tintado al libro de una tonalidad elegíaca, queda compensado por la actitud vitalista que lo impregna todo. Hay aquí un disfrute del vivir, del amor, de la compañía, de los lugares -el mar particularmente-, todo exalta, pese a que, como ya ha quedado señalado, es también todo eso lo que advierte a cada instante al sujeto cuál es su verdadera esencia: la de ser pasajero.
Además de que es inevitable la lectura "Hasta mañana (a)mar" y, por tanto, queda inscrito el amor, un amor que es "más poderoso que el deseo", desde el título se concede un importante lugar en este libro al mar, tópico literario que Díaz de Castro revitaliza desde su propia cotidianidad. Frente a la vida, que no puede ser más que pasajera, el mar es lo que permanece, es lo "ajeno al tiempo", y es, además de una presencia constante en los poemas, elemento del paisaje que incita a la reflexión. Pero aún más -y ésta es sin duda la metáfora con más fuerza del libro-, el propio yo poético es devenido mar. Leemos en "Espejos": "me veo/ [ …]/ vuelto mar [ …]/ y este mar/ va lamiendo la arena y borrando mis pasos".
"¿Cómo seguir pensando en despedidas", pues, si a cada día seguirá un nuevo día en que el mar seguirá eterno y "familiar", como húmedos brazos de mujer protectora de la que él mismo ya es agua de su agua?
¿Cómo pensar ya en ese tiempo tópicamente destructor tras leer este libro no sólo titulado Hasta mañana, mar, sino acabado con el poema homónimo? Si al comienzo dije que el día, el tiempo, era el marco del libro, rectifico y digo ahora que el tiempo destructor -y esto es algo de rara originalidad poética- ha sido finalmente destruido por el mar. Y, así, no es el tiempo lo que marca y enmarca a los poemas, sino el mar -ese mar que ya es el yo y es el amor-. Ese mar que, sin lamento, repleto de esperanza, siempre nos aguardará mañana.