'Los nombres que te he dado', el viaje poético de cuatro décadas de José Mateos
El escritor jerezano agrupa en un solo volumen su poesía, que busca lo exacto, lo esencial y la música del verso.
22 junio, 2024 02:12José Mateos (Jerez de la Frontera, 1963), que publicó en Reunión los poemas escritos entre 1983 y 2003 y ofreció en Poesía esencial los primordiales, agrupa ahora en un solo volumen la poesía que ha publicado a lo largo de los últimos cuarenta años, en concreto, sus libros Una extraña ciudad (del que selecciona cinco poemas agrupados bajo el rótulo de “Primeros poemas”), Días en claro, Canciones, La niebla, Cantos de vida y vuelta, Otras canciones, Un sí menor, Primavera, año cero, La hora del lobo y el inédito Tratamiento y delirio.
Conviene recordar que es autor de libros de prosa que, en rigor, resultan inseparables de su faceta poética. La complementan. En ellos “me acerco de una manera más explícita, más incisiva, a algunas preguntas y revelaciones que están latentes en mi poesía”, explica. “Mi escritura se concentra en profundizar y en dar vueltas a lo mismo: el asombro por la belleza del mundo, por la compasión humana y el escándalo por el mal, por el sufrimiento y el acabamiento de la vida”, concluye.
La lectura continuada de sus poemas refuerza su “impresión de estar escribiendo un solo libro, el único libro por entregas”. La coherencia es absoluta. El estilo, cuidado, en busca de “lo exacto y esencial”, de “factura clásica”, señala en su amical y poético prólogo Vicente Gallego. Sin perder nunca de vista lo popular, en el sentido más genuino del término. Las canciones, por ejemplo. De ahí que su voz cuide hasta el extremo la música que cada verso imprime.
Todo desde la discreción (consustancial a su persona) y la honestidad, sin la “impedimenta” de la retórica y del ingenio, con un eficaz “ahorro de grandilocuencias” (Gallego dixit). Y ello, paradójicamente, enfrentándose a asuntos complejos que resuelve, de forma honda y sencilla, desde lo meditativo (y lo aforístico), sin caer en veleidades metafísicas, aunque transite por el filo de lo sagrado.
Aquí, la “misteriosa claridad”, a la que llegamos por los “pasadizos secretos” de las palabras, que crecen desde el silencio “como / nace el musgo en la piedra”, en la “luz tenue” de los atardeceres. “No a lo más, sino a lo menos”, como San Juan de la Cruz. Sus maestros, Unamuno, Machado, Dickinson (lo “natural desvelado”), Juan Ramón Jiménez… Y Zurbarán, Gaya, Pedro Serna…
La soledad, la muerte, el miedo, el dolor, la enfermedad, el mar, Dios (“Un Dios que se concibe ya no es Dios”), el amor, la infancia (“inmarchitable”), la amistad, el tiempo (“esa única patria: los recuerdos”, lo perdido y lo eterno) son temas que vienen y van, como algunas personas (su padre o su madre, pongo por caso) y lugares: Trafalgar, las ruinas de Bolonia… Y los árboles y los pájaros.
También se reiteran algunos símbolos: la noche, la sombra, las nubes, la niebla… Lo hímnico se impone a lo elegíaco; la alegría (“Vive y alégrate”) a la desdicha, tan presente en su vida y en su obra. Alude en ocasiones a una inconclusa “revolución de la mirada” y en lo contemplativo cifra este delicado acuarelista no poco de su visión lírica: “Lo que miras”. “Escribe lo que has visto”.
La enfermedad, “frontera indecible”, centra el tono de sus dos últimos libros. En el inédito, un extenso poema, con una naturalidad que sobrecoge: “Ahora toca decir cada detalle”. “Morir tiene sabor a almendra amarga”, anota. Con todo, el “deslumbrante misterio de estar vivo”, le impulsa a confesar: “Celebro / la suerte de haber sido el huésped de la vida / por un poco de tiempo”. De “canto de gratitud” habla Vicente Gallego. “Yo sólo soy lo que dejó la muerte”, dice. ¡Es tanto!