Ashbery. Autorretrato en espejo convexo
John Ashbery
9 marzo, 2006 01:00John Ashbery, en 1962 (Universidad de Pennsylvania)
Dentro de la heterogeneidad de la poesía norteamericana del pasado siglo, los poetas del "grupo de Nueva York", ocupan un lugar destacado en su afán de abrir nuevos caminos estilísticos, bien compartiendo simuladamente los del pasado, bien abriéndose a otros nuevos con enorme dificultad, pues no eran pocas ya las brechas fértiles que la poesía de ese país había abierto en el siglo XX.
Lo hizo precisamente de manera muy especial a través de esta obra que ahora se nos ofrece, la más ambiciosa sin duda de las suyas, Autorretrato en espejo convexo; título del poema del mismo nombre y del que Javier Marías nos ofreció una buena versión en 1990. Antes de esta obra, DVD nos había ofrecido Tres poemas, del mismo traductor, así como otras dos obras en lengua inglesa que aportan una novedad muy significativa : La licencia y el límite, de Robert Browning y En la plenitud del tiempo, de Charles Tomlinson. Da ahora la colección un giro más acusado hacia nuestro tiempo con esta obra de John Ashbery, que se nos ofrece acompañada de un erudito y abarcador prólogo del traductor, Julián Jiménez Heffernan.
Ashbery se cuenta también entre los poetas norteamericanos que pasaron por Europa -Pound sería el más notalbe de ellos- y ha quedado en su poesía un poso de cultura fértil que proporciona frescura a unos textos que, primordialmente, buscan el coloquialismo y la reflexión plana, aunque el autor siempre nos tienda esas jugosas y sorprendentes "asechanzas". Así, un autorretrato de Francesco Mazzola, el Parmigianino, encontrado inesperadamente en la portada de un libro de ocasión, es el desencadenante estructural del poema que cierra con rotundidad el libro.
A raíz de la publicación en 1971 de su libro de poemas en prosa Tres poemas, Ashbery había hecho alusión al "romanticismo", que no "lirismo", que él prefería y que quizá tenía su origen en el tono torrencial de un Whitman. Por ello Jiménez Heffernan fija en el lirismo y en la meditación las dos coordenadas esenciales de la poética de este autor ("nieto de Withman" e "hijo de Stevens", lo califica certeramente). Van siguiendo así los poemas del libro una línea sinuosa que el coloquialismo facilita y las imágenes súbitas van recargando de tensión. A veces, un solo verso, una sola pregunta, revela esa actitud dual del poeta que tan bien lo caracteriza: "¿estaban las tumbas bien puestas en sus cojinetes?". O dos versos: "Pasa un halcón volando./ Haced que todo el mundo regrese a la ciudad".
El autorretrato del pintor acaba siendo, a fin de cuentas, el autorretrato del poeta, del poeta claro está de nuestro tiempo: un ser agónico en sus preguntas, pero conocedor de dónde pueden hallarse las raíces salvadoras, a las que se aferra después del vano reflexionar. Esas, por ejemplo, que cifra en su país (América), en donde el autor se hace la pregunta decisiva: "¿Hay algo que sea central?" Los bosques y los huertos de Withman ya no son los que canta Ashbery (ahora "bosques urbanos", "zonas valladas"). Hoy, como ayer, el poeta debe seguir "caminos sinuosos" para dar con las "raíces": las de la naturaleza, las del tiempo, las del ser. En sus poemas breves Ashbery le dice al lector lo que acaso no logra transmitirle en los más largos. Un lago, un granero, una sinfonía, son los símbolos que le abren el camino en la noche del ser. Esa noche y ese silencio que el poeta reclama. Son las muecas, los gestos de nuestro tiempo que las imágenes antiguas acallan. Es el coloquialismo fértil de Ashbery.