Poesía

A la sombra de la memoria

de Eugénio de Andrade

7 diciembre, 2006 01:00

Eugénio de Andrade. Foto: archivo

Trad. M. López-Vega. Pre-Textos. Valencia, 2006. 148 págs, 15 e.

En el poema titulado "Las palabras" escribió Eugénio de Andrade (1923-2005) que "Son como un cristal" y es por esa cualidad de la transparencia por la que puede añadir de ellas que "Vienen secretas, llenas de memoria" y parece justo recordar esto tras la lectura de las prosas aquí recogidas, pues son prosas hechas de palabras que llegan cargadas de recuerdos. Por su parte, "Poesía y memoria", uno de los textos de este libro, comienza diciendo: "Hay una memoria de las cosas […] y la poesía es la persecución de esa memoria". De eso se trata, pues, de dar cuenta de escenas, paisajes, gentes, etc., que han tenido un lugar en la experiencia, que han dejado alguna huella, que, en fin, han ido construyendo eso que llamamos vida.

La ciudad, esa presencia, ese tema de la modernidad -¿por qué en lo anterior, habiendo ciudades, incluso enormes, no hay testimonios de su existencia, anulada por lo bucólico y pastoril?-, esa ciudad que entra en la literatura con Baudelaire y otros hace siglo y medio, ha ido construyendo su propia mitología: el Dublín de James Joyce, la Lisboa de Fernando Pessoa, quizá los ejemplos máximos. Para Andrade, la ciudad es Oporto y a ella van dedicados los trabajos que recogió en La ciudad de Garrett, una de las partes que constituyen el volumen presente -la otra es la que le da título-. Las playas antes del turismo masivo, las calles de la ciudad con sus tradicionales comercios en declive, los jardines, los árboles, aquello que la transformación de la peor concepción de lo moderno va paulatinamente eliminando del entorno encuentra aquí su fe de vida, las palabras que hacen viva su memoria. Pero si todo ello da pie a la nostalgia de lo ido, hay más, pues esos elementos del paisaje alcazan a ser transcendentes, son también fuentes de los pequeños placeres cotidianos para los sentidos, puras vivencias, tan es así que en "Oporto", un verdadero poema en prosa, Eugénio de Andrade llega a escribir que la ciudad "es sólo esta pequeña plaza en la que desde hace tantos aprendo metódicamente a ser árbol", es decir, arraigar en el suelo urbano, transformarse en una mínima parte de la ciudad y en definitiva hacerse Oporto, serlo. Siendo lugar de adopción, ha llegado a ser carne de la carne.

Pero la ciudad es también sus habitantes y los amigos del poeta encuentran aquí la ocasión de ser evocados y homenajeados a través de la rememoración de encuentros, de sus obras -escritores y pintores, pero también Mario Soares, de quien se da casi una estampa- o, mejor, es la amistad lo que resulta ser el objeto del homenaje. Incluso un poeta "que escribió versos que eran una mierda pidiendo el voto para Salazar", y a otros asuntos aunque merecen idéntico juicio, es recordado aquí, no tanto por ellos, cuanto por ese misterio que nos une y desune al otro, porque "fue mi amigo" y la lectura de algo tan sencillo ofrece la emoción de ver ahí la grandeza moral de quien escribe, lo que no es un valor añadido a una escritura, sino aquello que, como sucede en este caso, la legitima.

Antes que en Oporto, Eugénio de Andrade se supo vivo en otros lugares, el espacio de la infancia: "yo soy de las dunas de Fão" y se suceden las escenas de otro tiempo, "el tiempo que no tiene tiempo y, por tanto, no se ha alejado todavía de la eternidad", con expresión certera y bella.

Más allá de la proximidad de estos textos a una muy particular guía del viajero a Portugal, hay que añadir que las referencias a lo literario, con sus correspondientes juicios, a lo musical, etc., no son escasas y ayudan a trazar un mapa de las preferencias del autor.

Sin embargo, el interés de estas prosas no radica en que son las de un poeta, ni tan siquiera las de un poeta que, como Eugénio de Andrade, tan influenciado estuvo por la poesía española, sino que, además de por su valor testimonial, por ese sacar a la luz lo que está en la sombra de la memoria y por su hacer de la memoria poesía, se valen por sí mismas, por esa exigencia moral que transforma el escribir en literatura.