Poesía

La rama rota

Esperanza López Parada

21 diciembre, 2006 01:00

Esperanza López Parada. Foto: Roberto Fernández

Pre-Textos, 2006. 80 páginas, 12 euros

"¿Qué dice para sí una rama rota?" Que el mundo está ahí y así, que los planetas guardan equilibrio, pero todo ignora su porqué y para qué. El discurso poético de Esperanza López Parada (Madrid, 1962) no aspira tanto a poner esto en claro como al estremecimiento que supone el nombrarlo. Porque no es tarea sencilla decir lo indecible, leer este mundo que se resiste a hablar, este "cielo que nada dice, pero se llena de signos. / En ellos leemos, criaturas simples que ven lo que no se ve." Interpretarlo, decirlo, pese al silencio que le es propio, al que a menudo accede a través de paradojas místicas, late en el fondo generador de La rama rota. Y, si así en el cosmos, nada diferente sucede en lo humano. A la indiferencia de un planeta por otro, le corresponde entre los hombres una "escucha sin escucha". Esto vale por toda una poética.

A esta tensión, o incluso imposibilidad de entendimiento entre el orden secreto universal y el intento de su lectura, corresponde la curiosa estructura del libro. La sucesión de poemas se ve interrumpida por la aparición de otro texto que se ofrece fragmentariamente y que fuerza una lectura doble: la de cada uno de los poemas y la de ese otro que, aunque hecho pedazos, no sólo no dificulta la comprensión, sino que unifica y da sentido al conjunto.

Pero sobrevolando la dispersión, el desconocimiento general de las cosas por las cosas, una fuerza se impone: el amor, "aquel era un reino de formas disueltas / que nuestro amor por fin reunía", lo que impone el recuerdo del final de la Commedia dantesca: "L’amor che move il sole e l’altre stelle". Y sobrevolando el amor, la escritura, intentando ordenar definitivamente el caos, llevando el amor a donde ni el amante podía seguir, porque "No fue el amor lo que te alejó tanto, / el viaje audaz lo emprendió la grafía" (esto es sin duda lo que dice la rama rota). Porque para alcanzar un Paraíso más allá del dantesco donde poder finalmente nombrar el orden debió atravesar no sólo el caos de las cosas, de la vida, sino incluso el del amor a fuerza de mantener el equilibrio en el alambre de la línea, como ese funambulista presente en varios poemas. Escritura, pues, como ejercicio de riesgo en la que a cada palabra, a cada verso, se salva de la caída. Escritura en la que mediante el concepto se llega al conocimiento. Conocimiento, eso que "ya lo sospechaba siempre la raíz", es "Lo que la rama canta con plena nitidez". ¡"Qué pericia de una rama"! ¡Qué pericia la de una de esas raras poetas que "ven lo que no se ve"!