Eros es más
Juan Antonio González-Iglesias
22 marzo, 2007 01:00Juan Antonio González-Iglesias
Hay libros que son acontecimientos. En su mayoría, tienden a llevar impreso en la portada el nombre de Juan Antonio González-Iglesias. Existe un mundo poético que el lector adopta como patria, una historia del verso con sus hitos y sus fechas: La hermosura del héroe (1993), Esto es mi cuerpo (1997), Un ángulo me basta (2002). Es el cosmos en medio del caos. La mejor poesía española de su tiempo.XIX Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe, Eros es más viene a añadir solidez, coherencia y complejidad a ese universo único. Que quien aquí entre, abandone todo prejuicio: este territorio se rige por leyes propias. La primera de las cuales permite la libre circulación de lectores a través de una simultaneidad perfecta de planos espaciotemporales. Ni Robbie Williams plagia a san Agustín, ni el de Hipona es profeta de Robbie Williams, sino que ambos -jóvenes, humanos- coinciden -por el hecho mismo de serlo- en su súplica o desafío a Dios: "Hazme puro, Señor, / pero no todavía" ("Vltimus Romanorum").
Creador sin vocación elitista, el poeta se somete a la misma providencia que gobierna a sus criaturas. Ningún poema trata específicamente de su autor, pero todos ellos remiten a él, sea su tema la aurea mediocritas ("Málaga") o los ecos homéricos de un mutis televisivo ("¿Destinados al olvido?"). La poesía es crisol: sujeto y objeto se funden bien en total ausencia del poeta ("40"), bien por medio de su plena integración en la tardoantigöedad latina o en la España del siglo XXI, qué más da ("El reinado de Adriano").
Esta anulación por superación de contrarios culmina en el uso mismo de la palabra. El lenguaje poético de González-Iglesias es tan sofisticado que corremos el riesgo de no percibirlo como literario, tal es su falta de afectación: "El Tiempo engendra décadas / lo mismo que el Poder engendra caballos" ("El Tiempo engendra décadas"). Como agua subterránea, estos versos recorren la conciencia de manera sutil, pero incontenible: "Todo indica, / por el conocimiento que tenemos / de este mundo, que un día sus magníficos / muslos descansarán bajo la tierra" ("Campus americano"). No registramos la técnica, sólo sentimos sus efectos. Nunca el encabalgamiento fue menos inocente.
Ni la conceptualización más grandiosa: "No existe nada más que tu temperatura / resumiendo los datos verdaderos del mundo" ("Si me despierto en medio de la noche"). Esto, de un poeta que defiende "este raro / placer que proporcionan / las cosas del espíritu / siempre / que se escriba en minúscula" ("Cuestión cuya respuesta no importa") y que nunca dice más que cuando calla: "El oráculo dijo / que para ser feliz / debería vivir en una casa / levantada sobre un lugar que no / estuviera ni dentro / ni fuera / de la ciudad. / Yo he cumplido mi parte" ("Cumplimiento"). Y nosotros, ingenuos lectores, le creemos. Inermes como estamos ante los inagotables e infalibles recursos del maestro, ¿quién va a reprochárnoslo?
Habrá quien acuse al salmantino de ser excesivamente fiel a sí mismo. Y tendrá razón, excepto en el "excesivamente": persisten motivos recurrentes, como el ascetismo ("Demasiadas cosas"), la iconografía olímpica anno Domini MMVII ("Gimnasta") o una mística del erotismo no necesariamente sublime ("Stripper vestido"). Este González-Iglesias no se aventura más allá de sus códigos poéticos ya conocidos. Eros es más ahonda en Un ángulo me basta, pero no se limita a ser una lectura freudiana de éste -"El amor es más fuerte que la muerte" ("In Joyful Memory")-, sino su punto exacto de maduración. Que nadie se equivoque: no estamos ante una revolución; antes bien, asistimos a la consolidación de una soberanía.
Y es que hay libros que son monumentos. Poemas que, devastadores como catástrofes naturales, nos dan la medida exacta de la condición humana. Poetas que, más que voces líricas, son personalidades poéticas. González-Iglesias pertenece a esa estirpe. Damas y caballeros, con todos ustedes, la Poesía.
Exceso de vida
Desde que te conozco tengo en cuenta la muerte.
Pero lo que presiento no se parece en nada
a la común tristeza. Más bien es certidumbre
de la totalidad de mis días en este
mundo donde he podido encontrarme contigo.
De pronto tengo toda la impaciencia de todos
los que amaron y aman, la urgencia incompartible
de los enamorados. No quiero geografía
sino amor, es lo único que mi corazón sabe.
En mi vida no cabe este exceso de vida.
Mejor, si te dijera que medito las cosas
(fronteras y distancias) en los términos propios
de la resurrección, cuando nos alzaremos
sobre las coordenadas del tiempo y el espacio,
independientemente del mar que nos separa.
Sueño con el momento perfecto del abrazo
sin prisa, de los besos que quedaron sin darse.
sueño con que tu cuerpo vive junto a mi cuerpo
y espero la mañana en la que no habrá límites.